domingo, 13 de enero de 2013

MI NUEVA PIEL


El que escriba no quiere decir que estoy bien. “Olvídate de mí”, “Corre”, “Vete de aquí” y ¿Mi cambio de piel? Yo creía que tú me ayudarías en mi cambio de piel. Yo creía que habías llegado a mi vida a cambiar mi piel. Pero no. No fue así.
Contaminado con el perfume de madera. Bañado en alcohol. Repleto de pecado. Tanto sabe el cielo que mira altivo mi cabeza meditabunda cada noche que le rezo. Le pedí, le imploré, le supliqué la mutación de la piel que habito. Quería, a contracorriente, la madurez de mi coraza, volverme oruga y luego mariposa, y volar, aunque nazcan mis alas rotas. En vano fue que mandaras un ángel, un demonio, un animal o una quimera, de nada sirvió aceptar su mano y viajar a través del universo y llegar y pasear por el purgatorio y el infierno. Se bronceó mi piel con el fuego del averno y volví a casa una noche de verano para dormir de por vida. Esa era, tal vez mi absurda misión. Dormir eternamente y no sentir. No comer, no hablar, no llorar, no vivir, solo dormir, tranquilo, en paz, sin que nadie moleste. Dormir por el resto de mis días, sólo eso quería.
Más al día siguiente desperté. Entérate, no era mi intención despertar, pero desperté. Los rayos del sol atravesaron el cristal que adorna la ventana de mi habitación e inundaron mi cama con su luz. La luz apago mi oscuridad. La oscuridad que yo quería engendrar. Era imposible conciliar el sueño teniendo los cabellos rubios de ese cretino apuntándome los ojos. De lo negro vino el blanco, y ya no hubo cura para mi estúpida enfermedad. Mi vida me obligó a ponerme de pie. Salir, caminar, correr, cansarme, sentarme triste en la banca de algún parque repleto de árboles y llorar. Ponerme de pie, sonreírle al perro que meaba el jardín por donde yo imprudentemente cruzaba. Tomarme un jugo en la esquina de mi casa. Entrar en ella y lanzarme al abismo de la pereza. Encender el vicio. Refugiarme en él. Coger un libro, dos, diez, y tirarlos contra la pared, o aún mejor, arrojarlos por la ventana. Echarme luego a dormir. Acordarme del desayuno, del almuerzo y de la cena, de mi ropa alborotada en el piso de mi habitación. Llamar al restaurant. Pedir comida. Gastar mi dinero. Ver mis polos usados. Pensar en otros que vi en el centro comercial. Salir corriendo por ellos. Volver a mi madriguera y recibir una llamada de algún amigo. Salir a su encuentro usando el polo nuevo , vestirme, mal vestirme, comer de noche con ese alguien, conversar, bailar, desvestirme, amanecer, vestirme, regresar a casa, desvestirme, dormir, morir.
¿De qué sirve vivir colmado de tentaciones, hacerles caso, y vivir, de nuevo, en vano? Nadie puede ayudarme. Nadie lo hizo antes y nadie lo hará ahora. Porque solo he nacido, solo vivo, y solo moriré. Y aunque lleguen uno o veinte bálsamos, alicientes, padres, hermanos, compañeros o soldados; en igual forma llevaré mi lamento a los rincones de la tierra, continuaré en la búsqueda de mi nueva piel. Encontraré tal vez algún día, la magia que envuelva el calor que me nace de los poros. Ese calor que a pesar de mi edad, muchas manos disfrutaron y muchos pies rechazaron, porque mi cuerpo de nada valió, mi rostro es un “por las puras“ y mi cerebro, mi pobre cerebro, pobre perdedor que trituró mi sangrante corazón.
¿Dónde está mi nueva piel? ¿Dónde la motivación? ¿Hasta dónde tendré que caminar desnudo buscando la evolución de mi dermis? Soledad, agua cristalina que bebo a diario, ahógame en el mar. Ahí seré libre. Ahí seré feliz, en el mar. Y me lastimarán y me supurarán los peces hambrientos enviados por Dios. Se tragarán mi turbia piel, y al cabo de treinta días emergeré de las profundidades con la carne viva sangrante, me veré más desnudo que de costumbre, los músculos de mi cuerpo dejarán al descubierto mi alma podrida, sanguínea, asquerosa, liberada. Seré yo, entonces, y caminaré rumbo a la playa, me postraré en la orilla a la espera de tu llegada. Y lo sé. Contradigo mi discurso. Te aborrezco, pero aun así te anhelo. Sé que es en vano, pero aguardo tu arribo. Porque sé que aun teniendo este aspecto monstruoso me abrazarás y me devolverás el calor, y la arena marina me untará una nueva piel; tomarás mi mano, y echaremos a andar. No soy un estúpido soñador, así me siento ahora, esperando tu no llegada, tu venida con fuga de huida, esperándote a pesar de todo, esperando que llegues, me abraces, me devuelvas el calor, me construyas una nueva piel, y de mi mano, me aprendas a amar.