Yo soy un grano de arena en medio
del desierto inhabitable de mi piel, soy la roca marina que se deja bañar cada
vez que el sol escapa del infierno para posarse detrás del mar de tus lágrimas.
Yo soy aquel que le cambio de nombre al amor y lo llamo ilusión, yo soy el
ayer, y seré también mañana. Soy luz y penumbra, a y z, yo soy aquel que al
despertar pierde la visión y al desayunar se encuentra con ella. Yo soy aquel.
Yo soy el otro, yo soy el que existe y el que vive en medio de la fantasía. Yo
soy el que baña el lunes con su sudor, y refresca el sábado con el alcohol. Yo
soy a veces el mismo alcohol que reposa en los estómagos calientes de la gente
desinteresada del dinero. Yo soy, a veces también, el sudor y su sal que brota
de la piel de gente interesada, que trabaja por dinero.
Yo soy un libro. El mismo libro
que tienes abandonado en un rincón de tu estante y que nunca has leído; ese soy
yo. Nunca me han leído, pues suelo ser aburrido, puras letras de imprenta y
nada de “dibujitos”. Yo soy un lápiz. Un lápiz caprichoso cuya punta filuda se
quiebra cuando menos lo esperas, en el momento en que empiezas tu examen, en el
momento menos pensado, me quiebro. Coge el sacapuntas que dentro de mí hay más.
Yo soy aquel sol mañanero que se cuela por la ventana, que envía a sus rayos calientes a joderte la cara,
primero cuando aún estás en tu cama, luego cuando ya estas soportando el aire
de la calle. Soy poderoso, te quemo, te quemo, te dejo marcas en la piel, te
relleno de calor, hago que tu piel arda y llore, hago que apestes, báñate de
una vez, porquería.
Yo soy un plátano. De esos
plátanos que han aplastado cientos de botas y que se halla destrozado en el
suelo del mercado, embarrado, casi sin pulpa, asqueroso, ¿me comerías? Yo soy
el mendigo pobre que viene deambulando en busca de alimento por muchos
mercados, y que llega a pisar el plátano, y que lo come, y que dice que estuvo
rico, y que luego continúa con la manzana podrida de la bolsa de basura que se
desparrama cerca al poste de luz de aquel tercermundista mercado. Yo soy el
mendigo y su plátano.
Yo soy el reloj. El tétrico reloj
que reposa en una mansión vieja y tenebrosa. Una mansión a la que solo llegan
fantasmas para confabular sus travesuras. Yo soy lo que está dentro del reloj.
Y soy el tiempo. El temido tiempo. Aquel tiempo lejano o cercano que te obliga
en el apuro y en el descanso. Que te despierta del sueño por la mañana para
hacerte correr, porque se hace tarde. Aquel tiempo dual que cuando estás en el
trabajo demora lo que demora un siglo, y cuando estás en tu casa, sobre tu
cama, haciendo el amor, o acaso masturbándote, no demora casi nada, es más,
pasa volando. Ese soy yo, el tiempo que se pasa volando por el cielo oscuro de
tu estúpida vida.
Yo soy la enfermedad. Tal vez una
gripe o acaso el mismo sida. Te hago daño. Soy el virus que te obliga a
vomitar, a tener escalofríos, a gastar tu dinero visitando el hospital. Yo soy
la sonrisa dibujada en la cara del doctor que empieza a recetarte pastillas
tras pastillas, analgésicos tras analgésicos, inyecciones tras inyecciones…
¿crees que me interesa si te mueres?, no, pues no me interesa, a mi me pagan
por atender vidas, no por salvarlas. Yo soy, luego, al ataúd que reposarás.
Inerte estarás, llorando reprimidamente en el cofre de madera que mi figura de
carpintero talló. Yo soy el cura parsimonioso que oficia tu última misa. Que
lamenta tu muerte, y que piensa en el dinero que tus padres o tus hijos le
darán a la luz de las nubes densas que llenan la bóveda del cementerio. Que
descanses en paz, y no diré que yo soy la paz. No, no soy paz.
Yo soy aquel policía de pie que
está en la esquina de la avenida. Que mira la escena de un asalto, que se hace
el ciego, que deja que el malhechor maldito y criminal robe, viole y mate a una
mujer, o tal vez a una niña, pero que aún con todo, prefiere permanecer inmóvil
ante el atraco, pero parece animoso cuando impone papeletas y recibe la coima.
A veces también soy el malhechor. Tremendo ser bestial que no se indigna de
hurtar lo que no le pertenece, que tortura con su aparato sexual a las niñas
indefensas de piel rosada, y no le importa matar, total, cuando llegue a
anciano se arrepentirá y Dios lo perdonará. Yo soy la niña a la que ultrajó y
mató. No tengo mayores comentarios sobre ella. Pobre.
Yo soy el presidente del país. Yo
soy quien te gobierna. Yo soy quien te manda. Yo soy aquel que vive una vida de
lujos, que anda en carros blindados, que come delicioso, que viste ropa de
marca, que viaja por todo el mundo, que juega videojuegos en su casa de playa,
que se acuesta con las mujeres más apetecibles, que escucha a Beethoven, que va
a conciertos de música clásica en Italia, que va de compras a Paris, que tiene
cuentas millonarias en los mejores bancos de Suiza, que juega golf en los
Estados Unidos. Pero también soy aquel que aparece de la mano carismático con
mi esposa y mis hijos a la puerta de la jefatura de gobierno, que lamenta la
muerte de soldados en el frente de batalla, que viaja a la sierra a inaugurar
obras de alcantarillado, que juega fútbol descalzo en un asentamiento humano de
la periferia de la capital, que viaja a los países subdesarrollados a firmar
tratados mineros, que baila huaynos y tonderos en las fiestas patronales a
donde lo invitaron, que dice con orgulloso ahínco “Yo nací en un pueblo lejano
y pobre, me hice desde abajo, y ahora estoy acá, comandando mi gloriosa nación”.
Ese soy yo, el estúpido mentiroso al que le pagan todas las cabezas que habitan
esa misma nación. Ese soy yo, el hombre más poderoso, el que lleva la banda
roja y blanca al pecho, ahí donde está su corazón. Si es que tiene corazón,
claro.
Yo soy aquel que escribe éstas
líneas. Yo soy mis manos, las mismas manos de las que salió este discurso, yo
soy los pies que anduvieron los tramos que me hicieron ver la realidad del
mundo. Yo soy mi piel, arrugada y mancillada, tocada por miles de manos. Yo soy
cada hebra de mi alborotado cabello, yo soy cada noche que sueño, cada suspiro
que tomo, cada mirada que veo, cada palabra que digo, cada queja que soporto,
cada lagrima que lloro, cada día que vivo, cada hoja que leo, cada sonrisa que
te arranco mientras lees este, mi escrito. Yo soy aquel que le cambió de nombre
al amor y lo llamó dolor. Yo soy aquel que vive por amor y que muere cada vez
que siente dolor. Yo soy la soledad que vive entre el amor y el dolor. Yo soy
el padre que me dejó, la madre que me rechazó, la penumbra que llovió, el mar
que se salió. Yo soy el profesor que me regañó, el amigo que me insultó, el
carro que se estrelló, la semilla que se pudrió. Yo soy lo que fui y seré lo
que soy. Yo fui. Yo soy. Yo seré Jorge Pérez.