lunes, 8 de diciembre de 2014

LA SEÑORITA VENECIA

La señorita que de noche tiene la piel, se envenena con el labial de rojo carmesí, que le dibuja de tan vivo color los labios, y los polvos le embriagan la carne, pues es, por hoy, y por este momento, sólo eso, carne. Su vestido la protege de la vergüenza, le cobija el alma tan pura y tan santa, y a la misma vez, tan puta que encanta.
La corona invisible le adorna la mente y decora su rostro que al despertar luce lozano y fresco. Más al terminar la noche se deja sonrojar por el escarnio, y la furia de la pasión que emanan de las manos recias de algún forastero. Se viste en medio de fragancias florales, para luego desvestirse al compás de canciones denigrantes.
Empieza el día altiva, inocente y celestial, para cerrar los ojos entre rosas negras y gotas de sal. Sueña, acomodada en el sillón de hojalata, volverse mariposa y alzar vuelo para rozar el firmamento convertido en paraíso.
Se mira en el espejo y ve a la dama más hermosa del mundo. Se acaricia los cabellos y se aprieta el pecho.
Ahora es su momento.
Camina a la luz de la sensualidad con sus pasos rosados, toma la cartera ajena llena de cigarrillos, y cruza la puerta que la vuelve la diosa del placer prohibido.
Emprende el viaje que la vuelve inmortal, acorta la distancia entre su vientre y la mano de su admirador, con la ferviente esperanza, y el pudor en el bolsillo. Se deja mancillar, pero aun así avanza, bailando al ritmo de sus caderas por calles, plazas y avenidas. Hace la venia que anuncia su llegada, para luego ingresar por la puerta grande.
La reciben los bufones con bombos y platillos, y la acompañan hasta el sillón dorado donde descansa el hombre que la anhela.
Saluda a su protector, a su sol, a su Dios, y vuelve la mirada hacia su mano derecha, en ella está el pendiente de perlas que solicitó la noche anterior. Ese es su banquete, su satisfacción, pero a su vez, su perdición. Roza él su cuello con la joya y la desnuda a la vista del día que ya no alcanza. Toca su cuerpo ardiente, transita sus manos por su piel de seda. La besa en los labios, acaricia el cielo, eso es pasión, y a pesar de todo, es amor.
Es el momento de la gloria para los dos.

jueves, 23 de octubre de 2014

EL ÚLTIMO GRITO DE LA MUDA

Su voz que había callado durante mucho tiempo, harta hasta el cansancio de la paz que guardaba en la calma de su mirada, y en la tempestad de sus curvas. La lluvia que mojaba sus cabellos bañaba sus pensamientos, sus ideas, su amor, y el odio del amor.
Era la madre que había recibido de noche el abandono de la luna, y que de día se tragaba el desayuno frío de la indiferencia. Lloraba a solas pues sus vástagos animales fueron, y volaron, y saltaron, y corrieron por los caminos que les daba el mundo.
De su odio y de su amor, ahora vivía, callada, tímida, y amenazada, a la luz de una vela que apenas su yugo había permitido alumbrar, y si acaso, preferiría la penumbra y el llanto de su amada, de su desalmada amada, la culpable de su ignorancia, o de verse envuelto en desgracia.
Tenía vergüenza ella, y lujuria él. Tenía, y pudieron haberlo tenido todo, pero nada a la vez.
Entonces, saturada de rencor, cierto día que en el calendario de la vida de su rey sin corona marcaba el último, se levantó de la cama a donde las bofetadas y patadas de su acompañante la habían llevado y se sacudió la dignidad, como el polvo de cocaína que no se quería ir y que se aferraba a su nariz, la misma que a kilómetros de distancia reconocía su olor, y a su lengua, la que tantas veces lamió el suelo así como su piel cobriza, por amor; y se miró en el espejo. Idiota, tonta, pobre ilusa. Acabada. Sonrió, luego soltó una sonora carcajada.
Tocaron la puerta. La abrió. Como aquel 26 de Noviembre cuando le abrió su corazón. Estaba él, y estaban también sus ansias de sangre. La que hasta entonces había callado la voz, y que había aguantado en silencio el dolor, estaba frente a frente al hombre que más amó, y que tantas veces la maltrató. Más ahora, harta del sufrimiento, meditó un aciago momento antes que su amado, bañado en alcohol le lance el primer puñete de cemento, o la mande a volar cerca de las nubes de su oscuro firmamento.
Ella corrió a la cocina, tomó la tetera en donde había estado hirviendo sus lágrimas, y quitándoles la sal. Tras de ella su señor. La empujó contra la cocina, para hacerla caer y cual cobarde patearle el vientre en el suelo. Ella trastabilló un poco. Volteó, y con un grito desafiante y estruendoso que hizo llorar a los ángeles, camufló su rabia en el veneno del líquido elemento. Lo echó en el rosto de su amado tormento. Lo siento.

Su piel ardió de locura, y corriendo con los ojos sangrando por el calor, se tiró por la ventana. Una víctima más del desconsuelo que caía del cielo, para estrellar sus sueños y sus sesos contra el pavimento. Él murió. Ella calló su lamento. Se sintió satisfecha. Y el amor, se volvió otro cuento.


viernes, 5 de septiembre de 2014

SE FUERON

Y se fueron. Corrieron huyendo de mis pesadillas, todos. Ingratos inmisericordes que no pudieron aguantar mi lamento, y darme la mano para levantarme del charco. Se fueron porque no querían sufrir más. No querían oír más mis plegarias al anochecer y aún por la mañana cuando el sol se pone en la línea perpendicular que lo une a mi mente. No quisieron seguir bebiendo del agua con la que a diario preparaba el desayuno, que luego se empozaba en el cerebro de esta miserable criatura que habitó la perdición. ¿Dónde están ahora aquellos que juraron tener la piel de león? ¿A dónde, por el miedo, su incierto destino llevó?
Ya no están. Ya se fueron. Todos los rostros que habitaron alguna vez mi palaciega casa. Me dejaron sólo, como al nacer lo hizo mi padre, como al crecer lo hizo mi madre, como al perecer lo estoy haciendo yo. Quisieron marcharse a veinte cuadras de mí, quisieron evitar mis lágrimas de bestia arrepentida y mancillada. Quisieron ser la almohada que durmió sobre mi cama, más se volvieron los recuerdos del soñador que atormentan mi alma, que sin calma marcha sin vida en medio de mi dolor.
Y entonces hoy que se fueron ¿A qué faldas me iré a dormitar? Es más, se fueron y se llevaron mi soledad, que me nacía del pecho y que hoy no me acompaña más. Se fueron volviendo su vista a prisa para custodiar mi rendición. Y no quise pedir clemencia que ya en vida fue mi petición predilecta. Y no quise mirarlos con desprecio pues se acostaron junto a mis llagas y me enseñaron a comer el pan. Hice con ellos los días y nos bañamos en la inmensidad del mar. Pero todo esto, hoy es memoria, pues se fueron encerrando en mi mansión sin compasión cada línea de mi historia.
Y se fueron, y se fue también mi corazón.

jueves, 7 de agosto de 2014

ALÉJATE

Es un grito
que se pierde
en tus sentidos.
Se acerca desde lejos a besarme un ángel
me desnuda
y con sus labios, la sal.
Estás ahí?
Mientras no estás aquí conmigo me siento demasiado inseguro.
Estás ahí?
Dónde estás?
Es un grito
que se pierde
entre mis gemidos.
Lo que quiero
no está tatuado en tu piel.
Lo que quiero
es prohibido
Lo que quiero
no es tu ser.
No eres tú
es el ángel.
Es tu compañía
es la noche que se asoma en tu ventana
para verte dormitar.
Estás ahí?
Escúchame
me endulza con su tentación
las alas y tan pronto, volar
es un ave que me incita al pecado
a la perdición.
Pero, hay algo, no eres tú.
Lo siento, no eres tú.
Estás ahí?
Lo que quiero no eres tú.
Es tu ángel.
Déjame morir
no te pertenezco
no.
Aléjate pronto
yo no te quiero soportar.
Aléjate que más tarde
el cielo y su misterio
me han de tragar.
Y hay un grito
que se cuela
entre mis huesos
y los vuelve sal
perdón
aléjate de mi vida.
Aléjate ya.
Estás ahí?

martes, 15 de julio de 2014

SALVAJE

“No te mientas amor, las diferencias entre los dos no existen. Cuando el sentimiento es puro y verdadero las diferencias, no existen. No le hagas caso a tus pensamientos, hazle caso a tus sentimientos. Imagina que mi edad no es un pretexto en contra de lo nuestro. Imagina que mi experiencia es un punto a nuestro favor. Tú eres bella, muy bella, y desde que te vi en la iglesia aquella mañana no he podido borrarte de mi mente. Te llevo junto a mí en cada momento, no hay paso que dé sin que tú estés presente. La noche pasada cuando viniste a verme, me dijiste que eras muy pequeña para amarme, me dijiste que tus padres se molestarían contigo, me dijiste que era un pecado. Yo sólo sé que después de esos indecisos minutos, tu alma y mi alma se convirtieron en una, tus labios y mis labios se enredaron, y nuestros cuerpos experimentaron el milagro más grande que pueda existir; el amor. Yo estaba muy contento aquella noche, pero mucho más contento estuve en la mañana, cuando desperté junto a ti, mi bella mujer, la que me amaba, yo estoy seguro que así es, yo sé que tú me amas, estoy seguro que me amas, confío en ti, como confío en Dios, y confío en que él verá con muy buenos ojos nuestro idilio, para el cuál, como te repito, no existen diferencias. No existe edad, ni color.Para amar basta con ser dos, no hace falta nada si yo te amo, si tú me amas, sólo te pido que este sea un secreto entre los dos, un dulce secreto, yo te quiero, te amo y te adoro…”
La misiva estaba sobre una mesa central, una siniestra sombra rodeaba la escena. El ambiente oscuro se dejaba alumbrar por una pequeña linterna que el visitante tenía en la mano derecha. Luego de leer la carta se ocultó tras un mueble. Se escuchó la puerta. El dueño de la casa, y de los amorosos versos impresos en el papel estaba de vuelta. Quizás había salido para encontrar un poco de inspiración en la romántica y misteriosa noche que acaecía. El cielo estaba iluminado de estrellas, y su mente, por un haz de amor. No presagiaba lo que sucedería.
El anciano dejó la biblia que traía consigo junto a la carta y encendió las luces. La preocupación por continuar la carta dedicada a su musa le impidió reconocer que sus pertenencias no estaban tal como las había dejado. Subió a su dormitorio de dónde sin demorar cogió una bella pluma que llevaba con cautela. Al descender las gradas notó que había un invitado sentado en uno de sus sillones.
-Buenas noches Pastor.
El anciano sorprendido ocultó su pluma en uno de los bolsillos de su camisa y preguntó:
-Buenas noches joven. ¿Quién es usted? ¿Cómo ingresó a mi casa? Por favor le pido amablemente que se retire antes que llame a la…
-¿A quién?
-A la policía
-¿A la ley?
-Sí, a ellos
-¿Para qué? ¿Acaso usted cree en la ley del hombre? ¿Y la ley de Dios? Veo sobre su mesa una biblia ¿No cree usted que la ley de Dios es la ley verdadera?
-No discutiré eso contigo ahora. Hijo, por favor, sal de mi casa…
-Me iré, sí. Pero antes quiero felicitarlo por su conquista…
-¿A qué te refieres?
-A nada. Bueno, ya me voy.
-¡Espera!
-¿Sí?
-¿Has leído la carta que dejé sobre la mesa?
-¿Cuál carta?
-No te hagas el idiota, muchacho, te pregunté si has leído esa carta.
El anciano mortificado señalaba el papel que antes había examinado el extraño.
-Pero ¿Por qué me insulta? Usted debe guardar su compostura. Soy una pobre oveja descarriada y usted es el representante de Dios, el bendecido.
-Mira muchacho, no me hagas perder la paciencia. Tengo muchas cosas que hacer, muchas cosas en qué ocuparme, y no quiero andar preocupándome por un soplón como tú.
El joven se acercó lentamente al anciano. Su caminar era inofensivo, pausado.
-Disculpe Pastor, yo no quiero que pierda la paciencia…
-¿Entonces?
-Bueno, sí. Leí la carta. Me parece muy mal lo que usted está haciendo con esa jovencita. Es una bajeza. Usted, siendo practicante de la religión, yo no quiero ni pensar en el escándalo que se armaría en el pueblo…
El anciano estalló en cólera al escuchar la reflexión del visitante.
-¡Basta! Ese no es tu problema. ¿Todos somos hombres no? Todos tenemos necesidades…
-Lo sé, pero para eso están las putas, no las jovencitas inofensivas. Usted hace muy mal.
-Perfecto. Quieres dinero ¿Verdad? ¿Cuánto?
-No, no, no. No se moleste, no quiero su cochino dinero. Ya me voy.
-¡Espera!
El pastor lo tomó del cuello creyéndose más fuerte e intento ahorcarlo, sin poder lograrlo
-¡Hey! ¡Viejo de mierda! ¿Qué quieres?
-Que cierres la maldita boca imbécil, ¡Que no digas nada!
El muchacho lo venció rápidamente, lo cogió de sus arrugadas manos y lo empujó al suelo. Nadie sabría lo que pasaría. El joven lleno de rabia se paró frente a un viejo angustiado y desafiante. Uno con ganas de matar y el otro no. Pero, ¿Quién sería quién? El desconocido desistió, volteó, y se marchó, sin embargo, el vencido se puso de pie, tomó la pluma con la que había bajado de su dormitorio y cual puñal quiso clavarla en la espalda del otro, pero fue inútil. El muchacho tomó la misma pluma con la mano derecha, y con la izquierda tomó el cabello del anciano, y la clavó una y otra vez en el rostro de su víctima. Una y otra vez la fina pluma que antes había trazado románticos versos de amor se convertía ahora en un puñal sangrante y letal. Una y otra vez; su frente, sus ojos, sus dientes, su cuello, y finalmente su corazón, su enamorado corazón. Una y otra vez los gritos suplicantes del anciano muriendo en las manos de un desconocido. Y el desconocido era Salvaje.
Al cabo de largos minutos, un silencio desesperante asomó en la escena. El joven limpió su culpa y sus manos con agua, tomó la maldita carta y se fue. No muy lejos encontró a otro hombre, a quién se la entregó a cambio de algunos billetes.
La figura de Salvaje se perdió entre las sombras de la noche, alejándose de todo remordimiento. Caminaba acompañado de las bestias que habitaban su mente y su justiciero corazón.

miércoles, 11 de junio de 2014

UNA PUTA LLAMADA VENUS

Y se escuchó en medio de la habitación ese vals que huele a muerte y que me deja siempre con la esperanza de algún día morir por amor, pero morir de verdad, una muerte tierna y acaso lenta: “Alma para conquistarte, corazón para quererte, y vida para vivirla junto a ti”. Y digo que huele a muerte porque no hay amor si no hay muerte. Entonces tarareaba mi boca el ritmo de la canción, que recuerdo, hace años había acompañado mis almuerzos familiares de los domingos y que ahora me envolvía en su lastimero canto, se confundía con el olor a lavanda del ambientador de turno dejándose opacar por un cigarro mal empaquetado –tal vez no era sólo tabaco- y dejaba en el ambiente el inicio de una historia que hoy, miércoles 13 de Febrero de 2008 se empezaba a escribir.
Afuera, dos calles hermanas que lloraban una abrazando a la otra por verse despojadas del pudor y de eso que algunos llaman recato. Las anfitrionas, en su mayoría extranjeras no estaban quietas. Algunas danzaban al compás de la noche y de sus sonidos, del claxon del auto que se aproximaba a ellas, de los gemidos que lanzaban las estrellas, del cielo cómplice del deseo. Otras lucían sus diminutas prendas buscando las miradas de las bestias ansiosas de carne que merodeaban el lugar, y gruñían su lujuria reprimida, esa sensación que la piel de metal de sus esposas les impedían sentir, querían hoy, tocar, besar, lamer la dermis ardiente como el fuego y tersa como las rosas de las doncellas mancilladas una y otra vez por manos ajenas. A veces una mano distinta a la otra. Pero en ocasiones, por la misma mano, tan monstruosa como de costumbre y tan enamorada como siempre.
Quería llorar. Yo mirando los cinco espejos colgados armoniosamente en las paredes de la habitación, quería llorar. Era inexplicable. Aún ahora después de tantos años no logro entender si aquellas lágrimas eran de felicidad por ver mi sueño adolescente a punto de ser realidad, o acaso, la impotencia de no saber qué hacía en medio de ese cuento pornográfico y libidinoso. Probablemente era la canción que seguía acompañando la escena y que, como decía, evocaba casualmente los momentos felices de mi niñez en la casa grande allá en mi pueblo y en compañía de mi ahora destruida familia. Melancolía. Eso era.
Me llamo la atención de todos los edificios que aguardaban en el exterior uno, al que entré, en cuya fachada había un cartel: “El laberinto de Venus”, con letras de neón y una poderosa curiosidad asaltó mi mente. Bien o mal ingresé por el pasadizo central, amplio, oscuro, tal vez débiles bombillas rojas y violetas iluminaban con su tímida luz el piso y alumbraban mis pasos. Iba acompañado de otros tipos. Algunos formales, ternos ladrones de identidad, y otros auténticos lobos hambrientos en sandalias. Yo llevaba sobre mi angustiado cuerpo un short jean, unas Converse y una camisa roja que me regaló mi abuelo. En mi mente dos fotografías tamaño carnet: tetas y culos, para simplificar el nombre de mis musas favoritas. Y en el corazón ansias de sentir placer, y de morir al término de ello.
Me senté en una silla de madera que había en una esquina mientras esperaba y volví a saltar en ese momento y en el tiempo a los minutos anteriores. La canción se había detenido.
-Joven, todavía no puede entrar.
Me dijo una mujer que estaba limpiando una de las habitaciones que tenía la puerta abierta, y a la que sin meditar me atreví a entrar, luego de recorrer de izquierda a derecha el pasadizo y de vigilar impaciente la seducción convertida en dama de todas las princesas negras, hechiceras de amor, prostitutas, como les dice mi madre, las que por 100 soles entregaban su vagina desde tiempos remotos. Ellas, ahora eran varias, muchas, y estaban una en cada puerta invitando a elegirlas, a optar por su cuerpo, a probar de cerca el perfume natural que emanan sus fogosos cabellos. Me tome mi tiempo y al fin de mi paseo no elegí a ninguna. Quería otra cosa. Me paré delante del cuarto donde estaba aquella mujer limpiando, luego de decirme que no ingresara aún, la miré, me sonrió y me dijo:
-¿Primera vez?
La miré con miedo como recogía las botellas que tenían un líquido verde, probablemente el ambientador. No le aseguré, ni le desmentí nada.
-¿Por qué no enciende la luz?
-Aquí es así joven. Todo es a oscuras. Acá se trabaja con esos fluorescentes de colores nomás
-Bueno
-¿Elegís este cuarto?
-Sí
-Listo. Ya viene tu mujer
-¡Espere!
-¿Sí?
-Quiero a Venus
-Pero…
-¿Qué?
-Ya. Ya regreso. La buscaré para ti. Sólo porque me has caído bien. Ya regreso.
La mujer se acercó a mí y me tocó los genitales. Se fue y cerró la puerta. Yo, entonces, quedé en shock. Empezó la canción, de la nada. Fue un momento mágico. Sabía que la que entraría por esa puerta tal vez se llame Lucila o Margarita, pero para mí, y por supuesto, para ella esta noche se llamaría Venus. No se me ocurrió en el momento. Lo había pensado desde que vi el letrero en la puerta del lugar. Luego imaginaba como sería. De hecho más alta que yo. Voluptuosa, vestida de ropas íntimas de color negro. Audaz, coqueta, complaciente. Caliente. Yo ya me había puesto caliente. Me senté en la silla mientras escuchaba el dichoso e inoportuno vals, como decía al inicio de este relato, empecé a llorar mientras la esperaba. Al término de la canción volví a observar el lugar con nerviosismo. Lo comenté, habían muchos espejos y en cada uno de ellos veía mi cara de imbécil, había poca luz y el olor a cigarrillo dejándose vencer por el ambientador de la mujer que había estado limpiando la habitación. Sequé mis lágrimas y me aproximé a la cama. Era cómoda y grande. Y blanca. No me gustó que sea blanca, pues el color blanco es el que más detesto. Todo mostraba un silencioso orden. El baño desde mi posición lucía limpio. El techo queriendo soltar un grito retenido me miraba con tristeza, y adornando cada pedazo del recinto habían cuadros de artistas muy bien preparados. Se fue formando entonces una nube de impaciencia que ocupaba todo el lugar. Explotó cuando alguien empujó lentamente la puerta por donde yo mismo hace quince o veinte minutos había ingresado. La figura de un “alguien” se presentó frente a mí. Estaba cubierto con una sábana negra y no se lograba ver ni su rostro ni su cuerpo. Era una sorpresa. Vi su ojo derecho con atención pues fue lo único sin tapar. Y al fin escuché su voz.
-¿Cuál es tu nombre?
-Llámame Pedro. Tú ¿Quién eres?
-Yo soy Venus
(CONTINUARÁ)

martes, 20 de mayo de 2014

LLÉVAME


Llévame al pasado
miénteme
y dime que la vela aún está encendida
y que aun su calor me dará vida
miénteme
y dime que su luz aún no se apagará
y que aún en mi oscuridad brillará.
¿Por qué lloras?
¿Lloras por recordar?
Calma tu tempestad
y sumérgeme en la memoria que hoy me liberará.

Llévame lejos de aquí
cuéntame
y vuelve las escenas las miradas de euforia
de cada retrato que dejó mi historia
cuéntame
sobre mis huellas a lo largo del camino
que marcaron a su antojo mi destino.
¿Por qué sonríes?
¿Ahora de alegría te ríes?
Abraza mi corazón
y devuélveme la noción de aquello que llamé amor.

Llévame al mañana
recuérdame
como el ave que en su nido pudo el cielo hallar
como el cielo de la tarde que de noche morirá
recuérdame
en cada línea de mi mano que marcan los años
y en cada gota de sangre derramada en vano.
¿Por qué es así la vida?
¿No es mejor vivir sin despedida?
Tócame en mi primavera
antes que mi piel se vuelva de madera.

Llévame cerca de ti
acompáñame
y olvida que estoy en el lugar incorrecto
al lado del mar, o cerca al desierto
acompáñame
hoy, en el futuro y para estar por siempre
en el otoño de Mayo y el estío de Diciembre.
¿Por qué es eterno mi anhelo?
¿Es esta caricia el último beso?
Llévame de tu mano
pues no quiero la vida si no estoy a tu lado.

miércoles, 30 de abril de 2014

UN DÍA ME DIJERON QUE SALDRÍA EL SOL

Estos dos últimos momentos
han sido crueles
de ilusiones, de sueños, de esperanzas
perdidas ilusiones,
imposibles sueños
y falsas esperanzas.
De todo esto me arrepiento
tus intereses
tu llanto, tu sonrisa, tus lamentos
vano llanto,
cáustica sonrisa
y fútiles lamentos.
¡Maldito juramento inhumano que me deja la boca partida
los labios dulces
los ojos húmedos
los odios timados!
Ven y deshace el clamor que hoy retumba
con repiques de campanas mi herido ser
que lacerado imaginó su decadencia
entre el frío denso y parsimonioso
que encontré al salir de mi cabaña
inhabitable mi voz callada te esperaba
no hallé nada, tu figura allí estaba
destrúyeme pues, destruye mi ansiedad
ya el reloj se ha parado, nada servirá.

Han sido estos tres momentos
y tú falsía eres
en el mar, en la tierra, en el cielo
el vanidoso mar,
la humillada tierra
y el supurado cielo.
Mi alma es tal cual el viento
que guarece
mi amor, mi ternura, mi ego
oneroso amor,
esclava ternura,
destruido ego.
¡Maldita estrella que reinas arrogante entre los vivos quejidos
las mañanas grises
el universo eterno
el infierno fulgente!
Ante ti me presento guardando el juicio
que tomó andar descalzo hasta aquí
lleve conmigo mi alegría, que necedad
me engañaste, jamás fui el escogido
tinieblas en aquel cuarto, en mis ojos
frágil confianza, salí, me esfumé
como humo furioso de un cigarrillo
no volveré a creer, cierro mis sentidos
tu mundo y el mío en el olvido.

Serán eternos los momentos
en donde te sueñe
callada, turbada, arrepentida
como nunca callada,
y acaso turbada
o tal vez arrepentida.
Por eso a ti me enfrento
no me tientes
siempre jueves, era 8, en Julio
vallejiano jueves,
apresurado 8
y este gélido Julio.
¡Maldito esfuerzo del autoestima que edifiqué ciegamente
con tus lisonjas
tus permisos
tus pretensiones!
Y mirarás que este día no amaneció
y mintiendo, y a pesar de tus burlas
me dirás que esta vez él me protegió
aunque desterrado de su suelo me veo
la tierra de alguna luz, por ahora
me veras derretido como fui ayer
que solitario estaba en una banca
con fe guardada en el oscuro interior
no, no lo repitas, hoy no saldrá el sol.


jueves, 17 de abril de 2014

HASTA PRONTO MAESTRO

Ha muerto el Gabo y con él se van mis esperanzas  de poder conocerlo y darle las gracias por las enseñanzas mostradas a lo largo de su obra literaria, fue un gran mentor para todos aquellos que soñamos con escribir las historias más perfectas. Aún ahora después de tanto tiempo tengo vivas las ganas de visitar Macondo, el paraíso mágico de la literatura latinoamericana. Llora su pueblo imaginario, llora Colombia, llora el mundo. Muere un genio, nace una leyenda. Descanse en paz maestro.




miércoles, 12 de marzo de 2014

SOMOS

Somos los que fuimos. Los que un día se callaron en medio del desierto. Hartos de llorar y recibir palmazos en el trasero. Somos aquellos que lagrimearon por verse perdidos en el vientre de la madre. Somos el puje de la madre que revienta la panza para multiplicarse, o para valerse de la esperanza que da el mentado alumbramiento. Somos los primeros pasos de ese engendro. Somos sus dedos llenos de miel y manteca. Somos uno del millón y somos peor que cualquiera. Y ese millón que es una parte del todo. Se hunde sin salvación en el océano, náufragos, miserables todos. Allá van, perdiendo la arena que se aleja de sus pies, de sus esperanzas. Somos los que esa tarde llena de pena dejaron sus súplicas inundar la tierra. Y el pobre sol sangrando tuvo que tragarse su misericordia, y voltear los ojos al cielo. Somos, en este momento, su sufrimiento.
Somos los que estamos, los que callamos ante tremenda escena, los que no denunciamos el salvajismo del hombre, los que cual párvulos quedamos atónitos en medio de la guerra entre dos humanos, los que fuimos testigos del alumbramiento del niño de oro que derramó su orina en el manto del universo, los que escondemos sus juguetes con el único fin de que se prive y escucharlo llorar y alimentar nuestro morbo, somos las gárgolas que acechamos su alcoba solitaria por las noches mientras sueña para emprender la pesadilla. Somos y estamos. Y a veces no aprendemos.
Somos los que seremos, los que algún día nos arrepentiremos. Nos echaremos entonces en el jardín del infierno para meditar lo que hasta entonces habremos hecho. Sabremos que el día se escapa de nuestras manos antes de las seis, nos abandona , y entonces hechos porquería, en medio del destierro, moriremos. Y luego, no seremos más esos potros bravíos que saltaban en medio del fuego cuando llegaba el estío, ni seremos más esos soldados del monstruo tragamonedas que esconde tras sus trajes ejecutivos una inteligencia falaz, numeral y se hace rico y ensancha su panza a costas de la ignorancia de quienes entonces fuimos los desgraciados. Fuimos entonces, las pobres cabezas apiladas en la multitud alabando su proeza, más hoy, no somos, hermanos de ayer y de hoy, de la derecha y de la izquierda, de aquí y de allá, escuchen, hermanos, hoy no somos ni mierda.

sábado, 1 de febrero de 2014

YO SÉ

Yo sé que tengo el amor
del que no quiere amar.
Yo sé que tengo la tinta
del que no quiere escribir.
Yo sé que tengo la imagen
del que no quiere pintar.
Yo sé que tengo la palabra
del que no quiere hablar.
Yo sé que tengo el sonido
del que no quiere oír.
Yo sé que tengo el anhelo
del que no quiere soñar.
Yo sé que tengo la fe
del que no quiere creer.
Yo sé que tengo la victoria
del que no quiere ganar.
Yo sé que tengo el entusiasmo
del que no se quiere levantar.
Yo sé que tengo el poema
del que no quiere  leer.
Yo sé que tengo la paciencia
del que no quiere esperar.
Yo sé que tengo el defecto
del que no quiere perder.
Yo sé que tengo la agudeza
del que no quiere mirar.
Yo sé que tengo los caminos
del que no quiere andar.
Yo sé que tengo el alimento
del que no quiere comer.
Yo sé que tengo el gozo
del que no quiere disfrutar.
Yo sé que tengo la sonrisa
del que no quiere reír.
Yo sé que tengo el deseo
del que no quiere besar.
Yo sé que tengo el ritmo
del que no quiere bailar.
Yo sé que tengo el aliento
del que no quiere vivir.