sábado, 29 de abril de 2017

ARIMATEA II

Había una vez
una luz que del pozo salía
disparando balas de amor,
naves espaciales que se posaban sobre la ciudad
tirando perlas incandescentes,
una estrella en la azotea de mi casa
y un repartidor de cartas.
Habían niños en los parques
y rosas en los cabellos de mi madre,
frutas de la estación
sopas de verduras
y migajas de pan en las manos del errante.
Un faro en la bahía
custodiado por gaviotas,
melodías en la montaña
y danza en la primavera,
colores en lugar de filtros
besos que hoy no son pedidos.
Habían libros en mi mesa
agua limpia en mi vaso
y brumas respirables.
Había una vez
aquello llamado felicidad
y hoy
billetes y cables
perfumes y pantallas
suicidios y granadas,
y de aquello
que una vez había
ya no hay más.

domingo, 2 de abril de 2017

PLUTONAZO

Quisiera preguntarte, en este mismo momento. Quisiera, pero me reprimo. En realidad, reprimo muchas cosas. Mirarte a la cara, por ejemplo. Disculpa, te digo, si empleo demasiados quiebres en cada una de las líneas que tus acojonados ojos siguen. Y sigue tu vista soberbia diciendo “pero qué mierda hago yo aquí, leyendo a un pocacosa”. Espera, no te vayas. El pocacosa es cosa de pocas cosas que, como pocas, no escribe gran cosa. Entonces, sigo. La pregunta se cae de la rama que brota de mi lengua afilada y viperina, por madura y por idiota, y va, penetrante, atravesando el espacio-tiempo, hasta llegar a tus orejas, indefensas, de conejo asustado. ¿Qué extraña situación hace que sigas leyendo? ¿Cuál es el nombre del dios que te obliga a hacerlo? Vuelvo y me reprimo. Te confieso, este pedazo de carne y huesos es arena y mucho menos. No me cuestiones, la vida es un caos. Bueno, mi vida. Alto. Corrijo: los más renombrados artistas dicen que fue en ese caos de la vida donde encontraron la luz de la inspiración. Qué quisiera yo, a ver. No sé, alejarme de todo. Ojalá alguien me regalara un boleto de viaje turístico a Plutón. Bien, punto para mí. Estoy mejorando. Me he animado a confesarte que no quiero verte. Ni a ti, ni a nadie. Le digo no a los profesores desabridos de la universidad, a los fantoches compañeros del trabajo, a mis padres y a sus padres, a mi pequeño ladrillo de carne. A todos. Adiós. Seguiría viéndolos, acaso por fotografías. Añoraría el sonido del mar ardiente en las noches de verano. Allá, en la cabañita de recreo de Plutón, lejanos sueños de hierba mojada y cigarro barato se proyectarían en mi despoblada frente. Me envolvería en melancolía y luego me destaparía. Sí, lo sé. Todo viaje tiene retorno y yo no quiero volver. Me encogería en la nada, en el vacío, en el caos sin caos. Sería extremadamente feliz si allá, en aquel lejano suelo, me convierto en niño. Digo, sé que en mí divagan eternamente las canas de un anciano y la baba de un párvulo, pero mi deseo es distinto. Quisiera. Sí, quisiera. Quisiera ser un pequeño geranio plantado en Plutón. Y mirar, desde mi soledad, cómo los unos se matan a los otros, por encima de aquellos que aman a los estos.

Quisiera saber qué piensas, si quizá no te ha quedado claro que no estás perdiendo el tiempo conmigo, que sí que lo pierdes contigo. Es hora de escapar y restaurarnos sin olvidar nuestra esencia: tus orejas de conejo y mi lengua de serpiente. No hay conexión a internet; Plutón me espera.