Simplemente fue. Lo que un día
alimentaba mi espíritu, si es que acaso tengo, corrió por la ventana del olvido
para no volver jamás. Recuerdo, ahora, sentado frente al monitor de mi
computadora y mirando los botones del teclado; lo feliz que fui. O acaso lo tan
ilusionado que estuve. Miro a un costado, miro el techo, sonrío como idiota por
tener en mi mente nuestras caminatas juntos, de pronto gruesas lágrimas rosan
mis mejillas al despertar y darme cuenta que lo que viví de tu mano, de tu boca
y de tu piel, fue la más deliciosa mentira que el ser humano haya podido
confabular.
No. Ya no estás. Tal vez ya no
estás ni siquiera en mi corazón, pero por esas extrañas razones de la vida que
escapan a la voluntad, aun sigues en mi mente. ¿Por qué? No, no preguntes,
pregúntale a mi mente, a mi conciencia, o a mi cerebro, aunque dudo que
respondan tus interrogantes. ¿Qué culpa me obliga a recordarte? La misma culpa
que me obligó a amarte estos veintitantos días, que me obligó a mirar el mismo
cielo que a tus ojos era azul, serenidad. Tu mirada de serenidad; la bala
disparada desde el centro de tu rostro huraño, que depositaba su dulzura en los
labios que abrían mis deseos, que gesticulaban cada palabra encriptada en tus
deseos; ver la noche junto a mí, de madrugada.
Debería callarme. Lo haré tal vez
en diez minutos cuando termine de escribir esto. Te hubiera escrito miles de
cosas. Te hubiera nombrado en miles de canciones, en miles de poemas. Hubieras
sido el protagonista de mis historias amadas del papel, hubieras sido el
cazador de mis memorias, el guardián de mis relatos. Pero la vida, o acaso
Dios, nos negaron esa posibilidad, esa posibilidad de ser el uno del otro, de
ser el complemento del amor, de ser mitad y mitad, la pareja de ensueño,
Febrero y Agosto, A y B, o quizás Z. La piedra que se montaba en la roca para
poseerla, a pesar de ser inertes. El mar indeciso que besa la arena para
provocarla. La luna que huye despavorida del calor del sol.
A veces, en estos días de
orgullo, me pregunto qué me hizo amarte tanto y porque la herida en mi aún
sigue abierta. Le pregunto a mi corazón, y se echa a llorar. Le pregunto a mi
razón y me pide que sólo te olvide, que ya todo esto, mañana pasará. A veces,
en estos días en los que me escudo en el orgullo, asoma en mí la idea de verme
un valiente hombre que se atrevió amarte, a soportar tu indiferencia primero, y
luego tu acecho permanente. No digo que fue difícil, fue, digamos, especial.
Asoma también la idea de verme un cobarde hombre que aun ahora no se atreve a
llamarte, que aún ahora no se atreve a saber de ti. Un hombre vencido por las
circunstancias, que olvidó cualquier pizca de esperanza. “No sé si soy
valiente, o soy cobarde… quererte tanto y, tenerte que olvidar… (Sic)”
Jamás olvidaré tu modo rebelde de
hablar. Jamás olvidaré la temperatura de tu mano amarrada a mi mano. Jamás
olvidaré cuando besabas cada rinconcito de mi rostro redondo, vacío. Jamás
olvidaré que el mar fue testigo tres veces de nuestro amor. Jamás olvidaré tu
nombre extranjero dos veces corregido. Jamás olvidaré tu gran sabiduría ávida
de más. Jamás olvidaré las noches eternas en las que tu carne ardía mi cuerpo
como papel, con el fuego a flor de piel, con tus besos peregrinos recorriendo
los senderos de mi figura, tu alma volviéndose mi alma. Jamás olvidaré la
última noche cuando dijiste “Tengo que terminar contigo” y más tarde luego de
andar juntos también por última vez “No cometas ninguna tontería”… no te hice
caso, ahora cometo muchas tonterías, la principal, a mi pesar sigo pensando en
ti.
Hoy sólo sé que por alguna
extraña razón que desconozco ya no soy de tu agrado. Sé que tal vez me odias. Sé que ya
no piensas en mí. Sé que ya ni te acuerdas de este “Jorge”. Sé también que ya
no puedo seguir lamentando mi pésima suerte. Espero quedes tú y todo tú
encerrado en estas lastimeras líneas. Hoy sólo aguardo tu amistad. A mí también el amor se me fue. Y ya fue.