La señorita que
de noche tiene la piel, se envenena con el labial de rojo carmesí, que le
dibuja de tan vivo color los labios, y los polvos le embriagan la carne, pues
es, por hoy, y por este momento, sólo eso, carne. Su vestido la protege de la
vergüenza, le cobija el alma tan pura y tan santa, y a la misma vez, tan puta
que encanta.
La corona
invisible le adorna la mente y decora su rostro que al despertar luce lozano y
fresco. Más al terminar la noche se deja sonrojar por el escarnio, y la furia
de la pasión que emanan de las manos recias de algún forastero. Se viste en
medio de fragancias florales, para luego desvestirse al compás de canciones
denigrantes.
Empieza el día
altiva, inocente y celestial, para cerrar los ojos entre rosas negras y gotas
de sal. Sueña, acomodada en el sillón de hojalata, volverse mariposa y alzar
vuelo para rozar el firmamento convertido en paraíso.
Se mira en el
espejo y ve a la dama más hermosa del mundo. Se acaricia los cabellos y se
aprieta el pecho.
Ahora es su
momento.
Camina a la luz
de la sensualidad con sus pasos rosados, toma la cartera ajena llena de cigarrillos,
y cruza la puerta que la vuelve la diosa del placer prohibido.
Emprende el
viaje que la vuelve inmortal, acorta la distancia entre su vientre y la mano de
su admirador, con la ferviente esperanza, y el pudor en el bolsillo. Se deja
mancillar, pero aun así avanza, bailando al ritmo de sus caderas por calles,
plazas y avenidas. Hace la venia que anuncia su llegada, para luego ingresar
por la puerta grande.
La reciben los
bufones con bombos y platillos, y la acompañan hasta el sillón dorado donde descansa
el hombre que la anhela.
Saluda a su
protector, a su sol, a su Dios, y vuelve la mirada hacia su mano derecha, en
ella está el pendiente de perlas que solicitó la noche anterior. Ese es su
banquete, su satisfacción, pero a su vez, su perdición. Roza él su cuello con
la joya y la desnuda a la vista del día que ya no alcanza. Toca su cuerpo
ardiente, transita sus manos por su piel de seda. La besa en los labios,
acaricia el cielo, eso es pasión, y a pesar de todo, es amor.
Es el momento de la gloria para los dos.