lunes, 19 de enero de 2015

TANTAS VECES LIMA

PRIMERA PARTE

La ciudad apesta.
Me gusta su desierta belleza. Los espacios que se vuelven míos y que apenas se dejan acariciar.
Me gusta su mirada perdida en el cielo mañanero cubierto del vapor que se escapa de nuestros pulmones.
Me gustan sus mascotas que tragan a toda hora su miseria desde la alcantarilla maloliente, hasta la vereda de enfrente.
Me gustas tú, cuando vagas inerte por la pista deslizando tu figura de limeña, justo unos minutos antes que una combi endemoniada te ponga a volar.
Me gustan sus mercados putrefactos, que renacen moribundos al alba, y que adornan de noche con sus cantos lastimeros la oscuridad.
Me gusta tu locura cada sábado por la madrugada, cuando liberas tu alma pagana. Y tan en cambio al día siguiente muestras tu velo de redención. Cada domingo pides perdón, a las 12, después de misa, y antes de irte en coche, tan de prisa. Te miro desde la ventana porque Dios te perdona la vida, puritana.
Me gustan tus calles agobiadas a la hora exacta, cuando los vehículos hambrientos del humo maligno que despide el viento, se agrupan apilados ocupando el paisaje de cemento.
Me gustan tus hijos, espurios e inocentes, salvajes e inclementes, que toman, sembrando el temor, lo que de ellos no es propiedad. Sangran ignorancia y mueren, y  a veces matan, a la luz de la desgracia, la misma luz que hoy se apaga.
Me gusta el vuelo de cuchillos en los barrios que conforman tu piel, y que dejan en violencia los rostros más feroces y en llanto las voces más reprimidas.
Me gusta tu gente, que anda tus caminos con las heridas más profundas en el corazón, y que por hipócrita, sonríe a su pesar.
Me gusta tu cielo perdido en el espacio, alumbrado por un sol melancólico y el colchón de tus nubes plateadas, que no le permiten brillar.
Me gusta la manera en la que tu dueño guarda el oro para su provecho en sus calzones, mientras su cuchara intenta alimentar de trigo barrigas desnutridas a las que les debe sus millones.
Me gusta tu puente, y tú río. El punto de encuentro entre uno y otro. El límite entre el paraíso perdido y el limbo de muchedumbres. Dos espacios hermanos que se miran y se escupen.
Me gustan las olas que bañan tus costas, cuál lágrimas de ese mar testigo, tan viejo y tan víctima de tanto castigo.
Me gustan las montañas de metal que adornan el centro de la ciudad, en cuyo interior habitan prisioneros aquellos que edifican torres y destruyen bosques, por orden del capital.
Me gusta la cruz con la que nos encara tu colina, altiva mira desde la cima el trajinar del día a día de aquello a lo que llamamos vida.
Me gustan las celebraciones del cuerpo bañado en alcohol, las fiestas en las que vuela el vinagre y baila contenta la guitarra coqueteando con el cajón. Me gusta que el sonido de tus calles sea cantado por tu gente de puro corazón.
Me gusta tu mesa hambrienta que a pesar de la escasez me alimenta, gracias al ingenio de las manos bendecidas, tanto de la dueña, como de la sirvienta.
La ciudad sigue apestando
a olores de rosas miraflorinas
y yo sigo pensando
sobre esta roca meditando
que fumaré siempre en la esquina
pues aun me gustas tanto
y tantas veces, Lima.