Navidad.
Bebidas envenenadas en flor reposan blondas y alcoholizadas en copas listas a
trompearse con otras. Sonrisas que se pierden a los pies del pino cargado de
luz visceral. La estrella de Belén que lo corona luce incandescente. Alumbra
las paredes de oro que se abrazan en la esquina. Cajones de cristal desde donde
se aprecia la ambición de la serpiente, el conformismo del asno, la sandez de
la comadreja y el apetito del elefante. Del otro lado de la ventana, Rodolfo
alumbra con su rojizo rostro el llanto eterno que lo cobija desde su nacimiento
en la provincia más paupérrima de su reino material. Observa a sus vecinos a
punto de cenar. Nieve en verano. Distintos son los cantos. Villancicos cristianos.
Coros ateos. Coplas al dios del metal, mientras en mi cabaña de frío y de
hambre muero sin parar. Afuera una ciudad subastada que se entrega a los proyectiles
que silban en la noche en llamas. Diciembre es un reguero de pólvora. Bombas
detonantes en mi casa, en la plaza, en el mar, en el bosque, en el cielo
lacerado, en mi cabeza de conejo y en tus oídos de venado. El fuego artificial
dibuja la figura de Satán en la inmensa boca de lobo y esconde los astros que
no nos quieren mirar más. Mariposas que agitan sus alas quemadas en medio de la
penumbra de este 24 que agoniza. El humo las asfixia. Mueren al pie de tu aureola
de adviento. Sus cenizas son polvo y escarcha que alumbran el ambiente festivo
en donde los billetes brincan por las chimeneas y las campanas estridentes
anuncian el nacimiento del redentor. Filas de hombres dispuestos a gastar lo
que de alma les queda. Autos que atiborran las pistas rumbo al más allá.
Indigentes multiplicados por mil que avanzan sigilosos hacia el muladar. Canastas
hipócritas henchidas de miseria. La necedad de regalar armas que nos
diferencian más. Un santo anónimo llegado del polo boreal vistiendo su uniforme
hecho de carne animal. Impostor comercial. Salta por el tubo a la medianoche para lanzar su risa
apostólica. Su figura infernal está harta de tragar. Aparece cual antorcha de
azufre y cal, listo para anunciar su edicto que condena o ensalza. Se ríe
mientras mi verbo en la casucha de yeso gime de dolor por ver su trono ocupado.
Un gallo invidente que reza en la puerta de la iglesia. Los abrazos enmudecidos
del padre nuestro que no está más en los cielos. Que ahora vive apresado en su
billetera de cuero prestamista y ladra suplicante mientras sus vástagos
exprimen su tarjeta dorada. El ave blanca que hoy descansa bruñida mientras
las miradas carniceras esperan la orden para devorarle las entrañas. El hocico
de la bestia alimentada de manzanas yace inerte a un lado de la mesa. Lanza un
gruñido y salta y brinca y juguetea mientras se escuchan las 12 alertas del
reloj. 12 segundos de vida que hoy ostenta. Su cadáver se confunde en un tablero
solemne en donde el pan ha sido violado por las frutas secas y con azúcar ha
sido inundada su sal. Chocolate caliente al calor de este estío ardiente. Corazones
rotos viajan surcando el cosmos a bordo de un trineo óseo. Una llamada perdida
se olvida en el bullicio. Un correo no leído se camufla en tu nuevo teléfono
inteligente. Una visita malvenida. La sopa que está dulce el niño caprichoso no
se la quiere tomar. Los peces torturados beben del río agua contaminada. Un
borrico tabanero afiebrado por el ruido de esta noche de paz. El pesebre con
estatuas que miran en silencio la nochebuena prostituida al mejor postor. Un
planeta esclavizado por pagar los obsequios que nadie me dio. Mi voz que blasfema
en esta fiesta a la que nunca fui invitado. Felizmente es solo una vez al año.
Mañana, otro día será. Feliz Navidad.