sábado, 22 de junio de 2013

MUERTO EL PERRO

El ave del silencio que oscurece el alma
con la misma tiniebla de su armadura invernal
anuncia en su lastimero canto
que hoy por fin me he llamado espanto
triste mi espíritu de esta piel escapó
se sintió incómodo
o tal vez huyó
a donde su paz lo pueda devorar
y mi púrpura sangre por los poros fluyó
inundando por completo mi tumba
pintando el lodo que por ahora me rodea
y que alimenta a las serpientes de la tierra,
los demonios se bañan con mi llanto
mi dolor se vuelve fiesta
y aun estando tres metros bajo ellos
escucho las plegarias que rezan en mi honor
esconden tras sus caretas el furor
sonrisas tras su pena
tras el luto esconden la blanca seda;
Fariseos Troyanos mis padres
que nunca me soportaron;
apócrifos Islamistas mis hermanos
que siempre me odiaron
furiosa y en ocasiones distinta
amable, rebelde
sublime y terrible
familia que logró ver mi luz alumbrar
y que hoy, siendo aún noche
me tiene que sepultar,
entierran mi corazón
no hay vida, de repente
ni carne, ni espíritu.
Adiós suerte,
bienvenida muerte.

Esperen, aún mi tiempo, fantasmas
que mis ojos no pueden verlos nunca más
los cierro para no perder mi voluntad
llamo al día que no se quiere hacer
lo invoco y no responde
más de vecino tengo al hambre
que me mira con enojo
como diciendo
“¿Ves? Tanta comida y tú sin cenar”
“¿Ves? Come la arena, el lodo, las hormigas y la sal”
Reniego de mi soledad
de mi calma, de mis rosas negras
olvidadas en el sofá
y recuerdo que la felicidad
se empozó en mi boca como el bocado de un pan
caliente, recién salido del horno
que al pasar a mi lánguido estomago
ardiente no es más
se vuelve frío, se vuelve llanto
se vuelve vino, se vuelve pan
se vuelve para sí y no me quiere más
y el amor que de nada llegó
arrastrando sus piernas rotas en medio del muladar
también murió
se fue
se esfumó
tantos labios que los míos acariciaron
tantas manos lujuriosas sedientas de mi piel
tantas noches libidinosas que amanecieron
tan dulce, tan luego hiel
tan libre y tan preso
todo en la misma vez
enamoradas mis carnes, desilusionados mis huesos
a veces  alma de ave
a veces corazón de pez
a veces cama mojada
y otras, neblina relajada
las cenizas ardientes de la que fue mi casa
me vieron convaleciente
envolvieron mi piel exenta de grasa
y mi voz, como el ladrido de un perro
depositó en las manos de la humanidad mi furia animal
perro que ladra
y que hiere
bestia que vino del cielo
a caminar la senda infernal.
Vuelvan su vista hacia mí
muevan su rostro
¡Mírenme!
Aún el frío de este suelo infame
cobija mi sudor
y las arenas deseosas de mi sangre
se tragan sin reclamar mis sosas lágrimas
mi dolor
el mundo tiene hambre
quiere tragarse mi miedo
quiere devorar mi corazón
porque soy el clavo y el martillo
del perro su lacerado ladrido
soy el ocaso de la mañana
el sol que se apaga
para no alumbrar jamás
la lengua que a veces habla
el sonido del mar
el árbol
y el ave tuerta con la espina clavada en el ojo izquierdo
el ojo que de negro intenso
tiene el color
acero, vidrio, papel y hierro
soy el humo del cigarro
insisto, soy el forastero perro
que vive entre hojas de diario
vive, y si muere, resucita,
con la misma indiferencia
de tus cucharas llenas de cereal.
No necesito que hoy cuando
el cuerpo tengo en el fango
derramen gotas de cristal
si antes, cuando
mi mano ciega buscaba en medio de la oscuridad
los brazos fuertes de algún Samaritano
voltearon a mirar el paisaje de atrás
ignorando mi malestar
dejando en mi espalda
el peso de la luna y su esplendor.
Luna, no llores, hoy murió este perro de dolor
y a pesar que te haré falta
en la tierra sé que mis recuerdos se pudrirán de calor
y los bichos que en ella viven
me desfigurarán
me supurarán
pero aún cadáver y aún memoria
mi rabia, nadie, podrá olvidar.