jueves, 24 de diciembre de 2015

FELIZ NAVIDAD

Navidad. Bebidas envenenadas en flor reposan blondas y alcoholizadas en copas listas a trompearse con otras. Sonrisas que se pierden a los pies del pino cargado de luz visceral. La estrella de Belén que lo corona luce incandescente. Alumbra las paredes de oro que se abrazan en la esquina. Cajones de cristal desde donde se aprecia la ambición de la serpiente, el conformismo del asno, la sandez de la comadreja y el apetito del elefante. Del otro lado de la ventana, Rodolfo alumbra con su rojizo rostro el llanto eterno que lo cobija desde su nacimiento en la provincia más paupérrima de su reino material. Observa a sus vecinos a punto de cenar. Nieve en verano. Distintos son los cantos. Villancicos cristianos. Coros ateos. Coplas al dios del metal, mientras en mi cabaña de frío y de hambre muero sin parar. Afuera una ciudad subastada que se entrega a los proyectiles que silban en la noche en llamas. Diciembre es un reguero de pólvora. Bombas detonantes en mi casa, en la plaza, en el mar, en el bosque, en el cielo lacerado, en mi cabeza de conejo y en tus oídos de venado. El fuego artificial dibuja la figura de Satán en la inmensa boca de lobo y esconde los astros que no nos quieren mirar más. Mariposas que agitan sus alas quemadas en medio de la penumbra de este 24 que agoniza. El humo las asfixia. Mueren al pie de tu aureola de adviento. Sus cenizas son polvo y escarcha que alumbran el ambiente festivo en donde los billetes brincan por las chimeneas y las campanas estridentes anuncian el nacimiento del redentor. Filas de hombres dispuestos a gastar lo que de alma les queda. Autos que atiborran las pistas rumbo al más allá. Indigentes multiplicados por mil que avanzan sigilosos hacia el muladar. Canastas hipócritas henchidas de miseria. La necedad de regalar armas que nos diferencian más. Un santo anónimo llegado del polo boreal vistiendo su uniforme hecho de carne animal. Impostor comercial. Salta por el tubo a la medianoche para lanzar su risa apostólica. Su figura infernal está harta de tragar. Aparece cual antorcha de azufre y cal, listo para anunciar su edicto que condena o ensalza. Se ríe mientras mi verbo en la casucha de yeso gime de dolor por ver su trono ocupado. Un gallo invidente que reza en la puerta de la iglesia. Los abrazos enmudecidos del padre nuestro que no está más en los cielos. Que ahora vive apresado en su billetera de cuero prestamista y ladra suplicante mientras sus vástagos exprimen su tarjeta dorada. El ave blanca que hoy descansa bruñida mientras las miradas carniceras esperan la orden para devorarle las entrañas. El hocico de la bestia alimentada de manzanas yace inerte a un lado de la mesa. Lanza un gruñido y salta y brinca y juguetea mientras se escuchan las 12 alertas del reloj. 12 segundos de vida que hoy ostenta. Su cadáver se confunde en un tablero solemne en donde el pan ha sido violado por las frutas secas y con azúcar ha sido inundada su sal. Chocolate caliente al calor de este estío ardiente. Corazones rotos viajan surcando el cosmos a bordo de un trineo óseo. Una llamada perdida se olvida en el bullicio. Un correo no leído se camufla en tu nuevo teléfono inteligente. Una visita malvenida. La sopa que está dulce el niño caprichoso no se la quiere tomar. Los peces torturados beben del río agua contaminada. Un borrico tabanero afiebrado por el ruido de esta noche de paz. El pesebre con estatuas que miran en silencio la nochebuena prostituida al mejor postor. Un planeta esclavizado por pagar los obsequios que nadie me dio. Mi voz que blasfema en esta fiesta a la que nunca fui invitado. Felizmente es solo una vez al año. Mañana, otro día será. Feliz Navidad.

lunes, 23 de noviembre de 2015

ARIMATEA (Fragmento)

Ave migrante
¿miraste mi nacimiento?
¿sentiste el frío eterno
que envolvía mi cobija?
Paso a paso
fuiste mi guía
reprimiendo tu vista
te apostaste altiva
en la corona de la luna
y desde el universo
latente,
inmenso,
pariste mi fortuna
¿no alcanzaron a llenar
mis suspiros tus alas?
¿no llenaron mis lágrimas
el ancho de tu cuerpo?
Bendita madre
de mis solitarias noches
conversa conmigo,
en mi ventana abierta
aún te espero
y aún abrigo
tus huellas en mi puerta.

viernes, 16 de octubre de 2015

LA DAMA DE LOS ROSARIOS

Soy, a pesar de su recelo, testigo del muladar en el que se hunde su triste mirada. Busca rostros samaritanos y manos solidarias a través del lente, pero solo encuentra mi gesto de sabueso fotógrafo dispuesto a ser el carnicero de su imagen, el proxeneta de su estampa, el mercader de su retrato. Me asomo por el agujero que me otorga tan lastimera vista y pido perdón en silencio, aunque sé que es inútil; el jirón está colmado de bulla y mi corazón de pena. Aprieto el obturador como si se escapase de mi ser el último esfuerzo por matar a un condenado en el pelotón de fusilamiento y lanzó un disparo certero que libera mi mórbida curiosidad. Ya desde los segundos previos, sus ojos habían marcado mi inquieta figura quebrantando su sosiego. Antes de encontrarla, mi cámara y yo habíamos caminado por calles y plazas del centro de la ciudad en busca de cuadros distintos, impresionantes, mágicos. Llegamos a esta iglesia aturdida por el ruido urbano y sepultada en un manto de fe, de plegarias, de milagros por cumplir, de cánticos animados y de mendigos aferrados al deseo de la misericordia. Ahí, postrada en la vereda, muy cerca del portón de la entrada, estaba ella y su lamento interminable, asaltando mi tarde, justificando mi búsqueda, revolviéndome la conciencia. Está cubierta por ropones de lana que la abrigan y que la protegen de la frialdad de los que la observan con cautela y con displicencia. Sus inacabables años apenas asoman en su piel cobriza, mientras los pliegues que delatan su vejez, forman un ademán de enojo en su frente, pretendiendo que retroceda en mi labor. Me queda claro, entonces, que el temor por ser fotografiada la embarga. No tiene el tiempo necesario para posar, ni para mostrar su mejor ángulo, este no es el espacio ni el tiempo precisos. Yo estoy en falta. Me debo retirar, aunque antes advierto que lleva entre sus agrietadas manos una colección de rosarios que intenta vender entre los feligreses que la circundan. Pienso entonces que ella es una comerciante de la fe, de la quimera, del rezo por las mañanas, tardes y noches, de los pechos compungidos que cada domingo son azotados por un puño traidor, de la limosna que los ricos por piedad despojan, de las batallas interminables en las que se lucha contra un mundo avaro y promiscuo, de la rebeldía que habita en las mentes de los callejeros, del desamparo que agobia a los huérfanos; es en suma, una farisea que cobija en su interior el deseo de dar pena en sus últimos días, aunque en la realidad, sea la madre necesitada de algún preso o desahuciado que pasó a mejor vida. Olvido todo y lanza mi máquina un alarido mecánico que pasa desapercibido porque el llanto desconsolado de una niña grosera e impertinente irrumpe en la escena. Me desentiendo de la anciana por un momento mirando a mi alrededor. Luego regreso a ella. La miro otra vez y ella hace lo mismo conmigo. Su fotografía me impacta. El ambiente huele a suerte miserable bajo el cielo gris, a enfermedad terminal de viciosos asesinos de sus propias vidas, a rosarios tirados en la acera pisoteados por niños insolentes, a viejas plegarias lanzadas al viento de octubre, a indigentes que se arrastran en las entradas de las iglesias por unos pocos centavos. Huele a todo menos a nada. Y nada me queda por hacer. Me acerco, deposito en sus palmas lastimadas las monedas piadosas que animosas emergen de mis bolsillos y ella me pregunta si estoy retratándola con mi cámara. Niego tal fechoría y me voy a paso ligero rumbo a la siguiente iglesia, ansioso de conocer una nueva historia.

jueves, 1 de octubre de 2015

MAÑANA POR MÍ

El atardecer asoma en el ambiente y todo lo transforma. Lo vuelve anaranjado. Los rostros apresurados que suben y bajan de autobuses, microbuses y temidas combis. Las pistas oscuras y rebeldes que serpentean la ciudad.  Los cantos estridentes de los comerciantes ambulantes, dueños de las veredas. Luce Lima envuelta en esa suerte de mascarilla naranja que lo cubre todo. Y todo se alumbra con el reflejo del astro que reina en el cielo, y en esta ciudad de conos provincianos.
Son las 3 de la tarde. El sol está en su punto. Robinson, de 12 años, y su hermanito Andy, de 7, se confunden entre la multitud que espera el autobús en el paradero “Villasol”, en plena Panamericana Norte. Visten ropas raídas y sucias. Llevan en sus frágiles manos un taper que esconden con premura. Sus angelicales sonrisas alumbran más en este invierno agonizante que hoy, 21 de setiembre, le da prematuramente paso a la primavera. Y ellos parecen saberlo. Los veo caminar ágiles y subir de prisa a la “40”. Los acompaño. Quiero ver qué pasa. Una extraña sensación me embarga. Me siento identificado con ellos. Me veo en sus ojos.
-“Estimados pasajeros, tengan todos y cada uno de ustedes, buenas tardes…”
Sus miradas se pierden entre los asientos del autobús, que arranca sobresaltos entre los que estamos a bordo. Yo me ubiqué al fondo. Ahí donde siempre hay sitio.
-“…no venimos a incomodarlos, ni mucho menos a molestar su viaje, solo queríamos ofrecerles un poco de nuestro arte, es una hermosa canción que vamos a cantarles, luego mi hermanito se acercará a sus asientos para ofrecerles el producto alimenticio que les hemos traído, espero que no nos den la espalda, hoy por nosotros, mañana por ustedes…”
Continuó conmoviéndonos. Tenía talento para contar su historia en apenas dos minutos, además de lidiar con el ruido de la ciudad que se colaba por las ventanas. Algunos de los pasajeros sonreían al ver a este pedazo de hombre hablando como si fuera un adulto. En otros, la sorpresa no asomó, ya que hoy en día es normal ver a niños indigentes subiendo a los vehículos de transporte público en busca de caridad.
Robinson empieza a cantar, y la escena enmudece.
-“Hace tiempo que mi vida no tiene valor… será porque dentro mío llevo un gran dolor…”
Lo miro. Me mira. Volteo a mirar a quienes lo miran. Su voz de infante flota en el ambiente, y recorre cada rincón del autobús. Penetra en los oídos y en el corazón.
Andy le ayuda en el coro.
- “…lejos de ti, voy a morir, ay como duele, vivir sin ti…”
Terminan de cantar, y vuelvo a girar la vista esperando las reacciones del improvisado auditorio. Un sonoro aplauso se escucha. El público queda convencido del talento prematuro que tienen los jóvenes artistas de la calle.
Robinson, con una sonrisa tímida, nos conmina a que, en agradecimiento a la pieza musical que acaba de interpretar, le compremos una porción de yuquitas fritas, que lleva en su taper. “¡Yucas fritas!” -pensé- “son mis favoritas”.
La indiferencia y el desagrado fueron apareciendo en los rostros de los que antes habían aplaudido. Pocos fueron los que se animaron a comprar. Yo quise ir más allá.
Llegando al paradero de Plaza Norte, los vi tocar el timbre de bajada. Luego que descendieron del autobús, me aventuré a perseguirlos.
-Hey, niño, te compro las yuquitas.
-Están a un sol, señor.
-Bien. Dame… a ver, ¿cuántas tienes?
-Me quedan 5 porciones.
-Listo. Dame las cinco en una bolsa. Te compro todo.
Saqué de mi billetera el dinero por el cual me iba a dar un gran festín, sin embargo, vi tristeza y algunas lágrimas en el rostro del mayor de los niños.
-¿Qué pasa? ¿No te agrada la idea de vender todo?
-Sí.
-¿Entonces?
-Es que esas yuquitas iban a ser mi almuerzo.
-¿No almorzaron ya? Mira la hora que es. Es tarde. Y ustedes son niños, deben de comer temprano.
-Tampoco tomamos desayuno.
-Pero qué dices. ¿Dónde están tus padres?
-Mamá solo quiere la plata.
-Pero dijiste en el bus que tú y tu hermanito vivían en un albergue, y que salen a vender yuquitas para salir adelante.
-Mi mamá nos obliga a decir eso.
-Bueno ya, miren, ¿ven ese chifa? ¿quieren comer ahí?
Como si no bastara disfrutar de las yuquitas fritas, que por cierto, estaban deliciosas, esa tarde saboreamos también algunos platos de comida china. No lo pensé dos veces. Me vi yo mismo en esos dos niños. Recordé que hace algunos años, cuando llegué por vez primera a Lima, yo hice lo mismo un par de veces; y tuve la necesidad de acudir a la caridad de los pasajeros de autobuses, que en su mayoría, eran indiferentes. Pero hoy, la compasión es un plato que se come caliente, con estos dos nuevos amigos.
-¿Puedo llevarle a mi mamá?
-Dale.
-Gracias Jorge.
-Tranquilo. Hoy por ti, mañana por mí.

martes, 22 de septiembre de 2015

POEMA DEL PERDEDOR

Y ¿por qué te crees ganador?
No sabes acaso
que tu vista ya no baja certera
nuestras pacientes cabezas
afrentadas y avergonzadas
como cuando se observa
la desgracia empozada en un hoyo
no hay más fingidos furcios
que escondan nuestras palabras
ni placeres desiguales
que renueven tus patadas
sin empellones, sin maltratos
basta de tu acero acucioso
alto a tu ego encumbrado.

Y ¿por qué sientes que has vencido?
Si tu emblema
ha caído pisoteado en mis cimientos
que nunca perdonaron
distinguirse a tu dominio
vuelve al suelo negro
que ando sobre tu frustrada gloria
y piso y salto sobre el trecho
del cual alzaste ambicioso vuelo
creyéndote narcisista
mas tus alas de papel fueron
pobre indigente víctima soñador
te arrastras por beneficio
aunque mi honra te ve con rencor.

Y ¿por qué cantas tu victoria?
El final es largo
para ti, nefasto es tu ocaso
y el despertar te convencerá
con la indiferente distancia
de tus oros y tus platas
que sobrevivo a un daño amargo
tú no eres mejor que yo
supero tu ayer y tu mañana
aunque oscuro es mi porvenir
mi llanto será sonrisa temprana
amaneceré con mis parcas ruinas
si hay futuro de esperanzas
habrán revanchas repentinas.

Y ¿por qué anhelas el triunfo?
Por hoy el amor
vive en la labor del obrero
y como tal en sufrimiento
celebraré la letal redención
del escarnio que dictaste
con una orden envenenada
avivando mi dolor
y si de miserias vive tu corazón
llévate estos pedazos de mi ser
retazos que tiraste de tu ambición,
libre andaré con el alma reavivada
mas tú, con mis limosnas
nunca podrás hacer nada.

¿De qué sirven tus preseas doradas?
si se sumergen en una pena mordaz
difícil de calmar
cada tiempo en que te crees el mejor.
¿De qué valen tus victorias perladas?
si fueron solo un presagio falaz
de costumbres
que viéndote sin alma te dicen “ganador”.
¿De qué sirves tú?, tal vez de nada
tal vez fuiste ese lomo voraz
que con pesar
fue el escalón donde sembré mi valor.
¿De qué valen estas mis palabras
echadas en competencias de paz?
Como antes
nunca más me mirarás, soy un perdedor.


viernes, 7 de agosto de 2015

¿MAMÁ?

Era una sala inmaculada. 

Lo que ante sus ojos aparecía era un escenario casi celestial. El blanco rondaba a donde la vista miraba. Una camilla impecable al centro del pequeño recinto, con sábanas igual de limpias, y unas tres o cuatro mesas de metal desinfectado que se disponían sigilosamente al costado de todo. Incluso de ella, y de su indefensa figura. El miedo que sembraron en su interior aquella fatídica noche cuando tres malévolos y ruines vándalos la asaltaron, la golpearon, la llevaron a un oscuro callejón en el lugar más peligroso del mundo, la desnudaron, lamieron su rosada piel con sus lenguas ponzoñosas, mancillaron su cuerpo, penetraron sus entrañas, la violaron, y aún con tanta maldad, la embarazaron, se dibujaba como huella imborrable en su alma de niña y de sus 14 primaveras. 

Luego de mirarlo todo con espanto, entró a la solemne escena el doctor que le arrancaría de las entrañas esa maldición que la perseguía, ese fruto del mal que fue sembrado en su vientre y que le parecía el peor monstruo que su fantasía haya podido concebir, y que hoy, habitaba su piel de rosa.

El hombre, con una gran sonrisa en el rostro, y con un interminable agujero negro en la conciencia, la conminó a echarse en la cama que esperaba en el centro del lugar, tomó de entre sus herramientas una pinza enorme,  y la insertó en ella; atravesó sus labios vaginales, el cuello uterino, y tocó al hijo de la desgracia que dormía, inocente, en su sorprendido vientre. Los gritos retenidos saltaron en la escena, pues el dolor se hizo presente, y el médico del terror intentaba calmarla, coludiendo su cómplice sonrisa de asesino, con unas palabras de aliento que silenciaron la culpa que poco a poco se evaporaba en el aire tenso que flotaba en el ambiente.

Luego de algunos segundos de miradas intensas y lágrimas atemorizadas, el sanguinario (y acaso falso) galeno prosiguió con su fin, destrozando el cuerpo de la criatura amorfa que habitaba en el interior de aquella mancillada mujer. Ella cerró los ojos. Víctima del sufrimiento se desmayó, y cuando los volvió a abrir, se vio inundada en un mar interminable de sangre, sobre la misma cama que antes era blanca. A su diestra, una pequeña fuente plateada, en donde descansaban cual porciones de la res más fétida del mercado más maloliente, los pedazos del ser que -si es que ella lo hubiese querido- algún día no muy lejano, la iba a llamar “mamá”.

viernes, 24 de julio de 2015

DEL OLIVO AL PARAÍSO

Voces del valle que irrumpen en el desierto
camino de rostros enmascarados
en busca del tesoro acholado
del mar, una uva
y del cielo, un fragor
luce la hacienda su emoción
saltan en la tierra los peones morados
con los sueños pintados
los pies descalzos
y en la sangre una nación.

Duermen en las reservas del poderoso sol
gotas del néctar cristalino
y el tiempo se fermenta
en tinajas de alcohol
la fruta lanza su rumor,
afina el mosto que revienta
en cada aroma de locura
entre cantos de levadura
su sabor me alimenta
su aliento es mi pasión.

Se vuelven etéreos los rocíos de mi voz
hierve en el alambique mi patria
su espíritu emerge de la paila
añeja dulzura destila
cae en la alberca con pretensión
y en el cuello del cisne desfilan
parras del olivo
gotas de vino
el vapor se vuelve sentimiento
pisco peruano de corazón.


miércoles, 17 de junio de 2015

AFASIA

Mis palabras son como balas imparables
de paz, de justicia, convicción,
mi voz es ciega y sorda, rebelde
nunca vencida, siempre indomable,
atiborrada de energía y de expresión.

Mis frases, defensoras de sus ideales,
prometen cambiar quien soy
quien fui, o quien fuese
volverán a mí, ¡hablen!
arma letal ¡dispara hoy!

Si confieso, olvido ser amigable
pues universal es mi corazón,
más ahora, cuando aparecen
fantasmas de gritos labiales
y una incierta resignación.

Si mis palabras son balas intolerables
¿por qué aquí mudo estoy?
no hay sonido que conteste
mi partida es probable
ofuscado yo me voy.

Mis palabras son balas imparables,
proyectiles con silenciador.


miércoles, 3 de junio de 2015

DERMA

Mis versos eyaculan

en los surcos de tu frente.



Se imprimen al son de baladas

en tu febril papel morado.



Dibujan las huellas indelebles

de tu pecadora y narcótica piel.



Se erige la península de mi ombligo

como el galope de un caballo

dejando llagas color pastel,

escribo desde el abismo medieval

que se orilla en tus labios de fresa

tú el hada y yo la princesa

que grita

que silba

que si tan ángel

que si tan diablo

que esta cueva nos oculta esta iracunda noche

que esta gruta se traga cada llanto que emano.



Me vengo en tu seno derecho

y me voy como Dios

satisfecho.



Tócame

enciéndeme

quémame

viólame

ámame

déjame.



Que este día he de penetrar tu vientre blando

y aferrarme a la vida que destila muerte

se escuchan rugidos detrás de mi cierre

y un canto meretriz,

bajo mi pantalón está la fiera

antes en celo y hoy de fiesta

y está entre tus piernas

la caverna que incendia su aliento de bestia.



Soy un animal feliz

que bebe los sudores de este falo demente

se masturba mi corazón

lloran tus nalgas de dolor

y asoman fragancias de tabaco y colorete,

viajas conmigo al infierno de cupido

la luna gimiendo con gusto

celebra el fuego de tu hechizo,

placer de verme dentro tuyo

tu locura me arde hembra morena

me quema en la lumbre y no me resisto,

toco el éxtasis de tu santa vagina

tus uñas cruzando mi culo desierto

se hunden tus garras de flor carnívora

Venus brincando en tu agitada colina,

sus polvos recojo con mi lengua sedienta

acaricio los poros dilatados de tu cuerpo

la carne en llamas

genitales en la hoguera

perros sueltos en el carnaval

abierto el cielo

sábanas arrechas

se ahoga mi glande en tu pozo virginal.



Piel que sangra en silencio

piel que grita en la noche

piel erosionada

mancillada

profanada

quebrada

¡goce!



Piel impía en donde bailan mis manos

máscara impura que se deja ultrajar,

en la alcoba la cópula de dos paganos

y en tu rostro el desnudo de este sexo falaz.


jueves, 14 de mayo de 2015

MUJER NOCHE

La noche está cargada de silencio, y mis oídos gimen de miedo. Desconocía el color de las paredes en medio de la oscuridad. Todo estaba borroso, difuso, negro. Todo era negro, y era vacío también. Recuerdo que esa madrugada, Julián, el primo que había llegado de provincia, y yo habíamos estado tomando un par de botellas de whisky en un bar de la Plaza San Martín, celebrando el placer de volvernos a ver luego de 10 años. Y tomamos solo esas dos botellas, hasta que el loco se hartó de mi compañía y me abandono en la mesa, pues prefirió el culo de una puta que lo engatusó, y se lo llevó, tranquilamente, a un hotel de mala muerte, donde seguro ahora están pasándola bien.
Entonces me había quedado solo. En la mesa, ebrio, abandonado, y con hambre. Llamé a la muchacha de la barra, y cual delincuente se robó de mi billetera los últimos billetes que tenía. Me dejó desnudo y miserable. Así que me alejé de ahí, maldiciendo al whisky, a la mesera, al bar, al forajido de mi primo, y a su nueva amante. Maldito suertudo, y maldita mi suerte.
Y así, como decía, me había quedado dopado en medio de la plaza. Avancé por las calles adyacentes, y parecía un muerto fresco, tieso por el frío, con un aliento de vida que se estaba apagando como la llama tímida de una vela. Como decía al inicio, mi vista se limitaba al silencio y a mi miedo. Yo avancé sin saber a dónde iba, no tenía dinero, ni fuerzas, y mucho menos valentía. Eran las 3 o acaso las 4 de la mañana.
Mientras andaba con el alma descalza y con la mente perdida, encontré en una de las esquinas por la que tuve inevitablemente que cruzar, a una mujer solitaria, sucia, abandonada, desprotegida, pero aun feliz. Me llamó la atención las sonoras carcajadas que lanzaba en medio de la noche. Yo pensé que se burlaba de mi desgracia, pero ¿cómo se enteró de mi azarosa vicisitud? Estaba tirada en la vereda, con unos trapos oscuros cubriéndole su delicado cuerpo, al costado había cartones y gatos, que al parecer, compartían su felicidad. Joder-me dije-esta indigente la pasa peor que yo, y está feliz.
No dudé ni un segundo y me acerqué. Mi miedo me mojó los pantalones y se marchó, y llegó la valentía acompañada de la curiosidad. Me ganaron las fuerzas. Quería que aquella loca, me contara sus chistes. Quería reír, pues. Tan pronto me vio, noté que su actitud cambió. Su alegría desbordante ya no asomaba en su rostro serio. Creo que estaba invadiendo su espacio, y creo que esto de hacerme su amiga, era una malísima idea.
Los segundos posteriores fueron decisivos. Me voy o me quedo. Estaba confundido. Nos miramos y sentí la tensión. De pronto, uno de los felinos que la acompañaba tomó la iniciativa. Se acercó pausado a oler mis zapatos, y sintió que no quería hacer daño alguno. Entonces me di cuenta que no era tan mala idea sentarme un momento a charlar con aquella inquietante mujer.
Con un ademán pedí el permiso para sentarme al costado suyo. Ella me miró sonriente, y dijo mi nombre: Jorge, ¿cómo has estado?
-Bien… espera, ¿cómo sabes mi nombre?
-Adiviné
-No entiendo
-No es necesario, Jorge.
No sabía qué hacer. La miré nuevamente, y asomó en mí el vago pensamiento de que aquella no era sino una bruja. Caray, una bruja en medio de la calle, en medio de la oscuridad, y yo cayendo en su juego. Ojalá me convirtiera en sapo. Pero caray, que linda era. Pero seguía mirando mi rostro, sonreía, y penetraba mi mente. Quizás leía cada espacio de mi cerebro, y sabía claramente la percepción que yo tenía de ella, y la verdad, no me importaba mucho. Carpe diem, y ya.
Luego de que le contara brevemente de lo que me había ocurrido esa noche (estaba ebrio, sin dinero, y mi primo se había ido con una puta), empezó a contarme algunas historias, algunas creíbles, otras inverosímiles, algunas me llenaban de emoción, otras me hacía morir de la risa. Estaba ebrio, y lo mejor que podía pasar es que amanezca. Pero ya.
Mientras pasaban las horas, me sentía más en confianza con ella, y me pareció mucho más amena la conversación. Y no sé en qué momento olvidé que ella era una indigente, una callejera, una hembra de la calle. No sé porque lo hice. Me acerqué lentamente a su rostro, cogí sus mejillas heladas, acerqué su boca a mi boca. Y tan pronto hice eso, caí en un sueño profundo. Cuando desperté, estaba en mi casa, en mi cama, desnudo, y con una explosión inacabable en la cabeza, que se dejaba confundir con el brillo de un sol ardiente y furioso.
Lo único que hice fue correr a la ventana de mi habitación de donde se veía parte de la ciudad. Buscaba con la mirada su figura en medio de la mañana que ya asomaba. Miré mi rostro en el espejo, mis manos, mi cuerpo, miré a mi costada. Ya no estaba, ni conmigo, no estaba en ningún lado.
Esa misma noche fui a la esquina en donde la encontré la madrugada anterior. Lo único que encontré fue su ausencia, y un par de gatos que merodeaban el lugar. Se había ido. No busqué justificar la situación. Si pues, estaba ebrio, pero aun pude darme cuenta que aquello fue real.


sábado, 25 de abril de 2015

FOSA COMÚN

¿Hacia dónde voy?
Hacia la fosa común
donde reposan
sin alma los cuerpos de mis hermanos
sigo el sendero de sangre que me conduce
hacia donde fueron sepultados
por las sombras cobardes del terror
heridos de muerte, primero
y luego al vacío oscuro lanzados.

Voy hacia el cementerio profano
aguardo
el rostro de los esclavos
víctimas del sueño dorado
pobres mis hermanos
y pobres los humanos
que cual bestias devoradoras de carne
las entrañas les arrancaron,
cobardes
que absorbieron sus almas
tristes los que fueron mis hermanos
y miserables mis plegarias que no alcanzan.

¿Hasta dónde quiero llegar?
A la colina de metal
donde descansan sus quiméricos sueños
aunque sin alas
vuelo
sobre el río que del llanto se formó
voy por las calles de la perdición
tragando soledad y desconsuelo
saciando mi sed donde lloró Dios,
lamento
el día que se deja violar por la noche
para que tan pronto el rey del cemento
abra los ojos y se enoje
lanzando pólvora en el pavimento
maldito soberano falaz
que para comer le quitas al pobre 
eres fuego y eres gas
y eres la llaga que hiere en tu nombre.

Pobres mis hermanos lucharán
y sin más armas que su arenga morirán
y seguirán muriendo
pues valen lo mismo vivos que muertos
y seguirán muriendo
más que la tierra vale el dinero
y seguirán muriendo
por otros aciagos y sombríos momentos.

Y siendo más penas en el desierto,
¿Quién más podrá luchar?

viernes, 3 de abril de 2015

LA DAMA DE LOS SIETE PUÑALES

Se ha dormido
entonces sus ojos de llorar descansan
siente la paz que ahora le abraza
ha guardado el sufrimiento
le dijo adiós a las lágrimas
al menos por hoy
y por este momento
cuánto lo siento
y siento también por ser humano
pues no ha valido la pena su injusta vida
esa pobre mujer ha vivido el engaño
y no ha podido nunca ser querida,
es Alicia en el país de las pesadillas
y ahora duerme
saboreando su derrota invernal
bañada en su caverna de hormiga
oliendo a pobreza, suplicando caridad
y ha sido su piel rosa
el alimento preferido de su yugo
mancillada mariposa
de cuyo amor se mofó el verdugo
muere, lentamente
y ya no verá la luz
no despertará
el amor por hoy está ausente
se fuerte
vuelve libertad a su mente
vuelve que son siete
los puñales de su muerte.

lunes, 2 de marzo de 2015

CARTA ABIERTA AL MUNDO EN EL QUE HABITO

Hoy es martes. Como siempre, martes, sangrante, estúpido martes, y yo, sangrante. Me sangran los ojos de abrirlos, y verte, mundo ponzoñoso y necio. A pesar que te escondes en la esquina de mi habitación logro observar toda tu desgracia, a pesar que estás sollozando al pie de mi cama, mis oídos lacerados, logran escuchar tu maldito lamento. Levántate del fango que está en mi suelo, mundo maricón, enfrenta mi mano y discute conmigo, refuta mis palabras que a mi vista, hieren tu honra y me imploran perdón.
Harto de tu llanto, y de verte siempre al pie de la carretera listo para disparar, hoy te vengo yo a matar. Desaparece con toda tu mierda, mundo pretencioso, mundo del ayer, mundo pecador, mundo arrogante, mundo de mi vida, y a la misma vez, espacio de mi futura muerte.
Únete a la tierra para que luego mi esencia te vuelva carne de mi carne, y luz de mi oscuridad. Libérate del universo para emprender tu propio viaje hacia lo desconocido, a lo que no existe, muere al amanecer en la entrada del Edén o en la salida del infierno, pero muere ya.
Mundo reflejado en cada llaga abierta que me viste la piel. Padre de los animales más imperfectos que engendró el averno. Defensor del capital, del sexo, de la avaricia y de la sinrazón. ¿Qué esperas, por piedad, para terminar con la creación? Lo digo, arrodillado, aquí y ahora, mientras el ladrón toma de mi pecho mi ingenua alma y la arroja al abismo. Lo digo en este, mi momento de angustia eterna, cuando del cielo llueven granadas de una guerra que por odio, el amor batalló. Lo digo, y así también lo he dicho siempre, y lo diré hasta el fin de mi tiempo. Lo digo porque mi boca sedienta de conciencia, aún puede las palabras articular, y preguntarse, ya a punto de la desesperación ¿Quién así y de tan torpe manera, con mi vida jugó?
Entonces, harto de cavilar y de justificarte, mundo perverso, mundo ingenuo, juzgo que sólo te hace falta soñar, para siempre, y no despertar. Hundirte en el fondo de la contaminación, y ahogarte en polución. Ser el cristal que con la pasión del temblor, sus espacios quebró. ¿Cuántas lágrimas más del cielo han de caer? Ojalá y tuviese en mi mano el poder que tiene Dios, para apuñalar tu vientre, comerte las entrañas, y destrozarte el corazón.

jueves, 12 de febrero de 2015

AMORIR

Hoy no estoy para insistir
hoy no estoy para rogar.
Ya no quiero más fingir
ya no quiero más llorar.

Ya no quiero recorrer
los caminos de tu piel
ni probar una vez más
que tu boca sabe a miel.
Amor, ya no quiero amar
no te quiero más querer.
Amor, me duele amar
y me duele más perder.

Ya no quiero padecer
en tus brazos cual rehén
cada noche naufragar
en lo ancho de tu ser.
Amor, odio tanto amar
no quiero volverte a ver.
Amor, no te puedo amar
y no te quiero más tener.

No deseo más beber
del veneno del ayer,
y no quiero despertar
en tu alcoba de placer.
Amor, me niego a amar
no me hace nada bien.
Amor, no más amar
y no más en ti, mujer.

Hoy no estoy para escribir
hoy no estoy para pensar.
Ya no quiero más vivir
ya no quiero más amar.

lunes, 19 de enero de 2015

TANTAS VECES LIMA

PRIMERA PARTE

La ciudad apesta.
Me gusta su desierta belleza. Los espacios que se vuelven míos y que apenas se dejan acariciar.
Me gusta su mirada perdida en el cielo mañanero cubierto del vapor que se escapa de nuestros pulmones.
Me gustan sus mascotas que tragan a toda hora su miseria desde la alcantarilla maloliente, hasta la vereda de enfrente.
Me gustas tú, cuando vagas inerte por la pista deslizando tu figura de limeña, justo unos minutos antes que una combi endemoniada te ponga a volar.
Me gustan sus mercados putrefactos, que renacen moribundos al alba, y que adornan de noche con sus cantos lastimeros la oscuridad.
Me gusta tu locura cada sábado por la madrugada, cuando liberas tu alma pagana. Y tan en cambio al día siguiente muestras tu velo de redención. Cada domingo pides perdón, a las 12, después de misa, y antes de irte en coche, tan de prisa. Te miro desde la ventana porque Dios te perdona la vida, puritana.
Me gustan tus calles agobiadas a la hora exacta, cuando los vehículos hambrientos del humo maligno que despide el viento, se agrupan apilados ocupando el paisaje de cemento.
Me gustan tus hijos, espurios e inocentes, salvajes e inclementes, que toman, sembrando el temor, lo que de ellos no es propiedad. Sangran ignorancia y mueren, y  a veces matan, a la luz de la desgracia, la misma luz que hoy se apaga.
Me gusta el vuelo de cuchillos en los barrios que conforman tu piel, y que dejan en violencia los rostros más feroces y en llanto las voces más reprimidas.
Me gusta tu gente, que anda tus caminos con las heridas más profundas en el corazón, y que por hipócrita, sonríe a su pesar.
Me gusta tu cielo perdido en el espacio, alumbrado por un sol melancólico y el colchón de tus nubes plateadas, que no le permiten brillar.
Me gusta la manera en la que tu dueño guarda el oro para su provecho en sus calzones, mientras su cuchara intenta alimentar de trigo barrigas desnutridas a las que les debe sus millones.
Me gusta tu puente, y tú río. El punto de encuentro entre uno y otro. El límite entre el paraíso perdido y el limbo de muchedumbres. Dos espacios hermanos que se miran y se escupen.
Me gustan las olas que bañan tus costas, cuál lágrimas de ese mar testigo, tan viejo y tan víctima de tanto castigo.
Me gustan las montañas de metal que adornan el centro de la ciudad, en cuyo interior habitan prisioneros aquellos que edifican torres y destruyen bosques, por orden del capital.
Me gusta la cruz con la que nos encara tu colina, altiva mira desde la cima el trajinar del día a día de aquello a lo que llamamos vida.
Me gustan las celebraciones del cuerpo bañado en alcohol, las fiestas en las que vuela el vinagre y baila contenta la guitarra coqueteando con el cajón. Me gusta que el sonido de tus calles sea cantado por tu gente de puro corazón.
Me gusta tu mesa hambrienta que a pesar de la escasez me alimenta, gracias al ingenio de las manos bendecidas, tanto de la dueña, como de la sirvienta.
La ciudad sigue apestando
a olores de rosas miraflorinas
y yo sigo pensando
sobre esta roca meditando
que fumaré siempre en la esquina
pues aun me gustas tanto
y tantas veces, Lima.