viernes, 30 de septiembre de 2016

ADDERLY

Hoy leí su carta. Había tanto dolor, tanta desdicha. Yo era su maestro y no pude advertir las cosas que sucedieron ante mis ojos. Adderly era un niño de cristal, por fuera belleza e inocencia; por dentro un castillo de naipes a punto de colapsar. El último día que llegó a clases, entró al aula como una paloma. Había la suficiente pureza en sus doce prematuros años como para ocultar sus penurias de ángel. Se sentó en la última carpeta, ansioso por recibir la lección de la mañana. Desde el fondo del salón veía sigiloso las espaldas de sus compañeros y recordaba las veces que estos se mofaron de su alicaído honor.
Ese mismo día, al término de la clase, se acercó nervioso a mi pupitre para dejarme la carta, dejó asomar en su rostro una inquieta sonrisa y se alejó lentamente. Lamento no haber tomado en ese mismo instante el papel para indagar en su mensaje. Lamento no haber podido detener tan macabra masacre.
Las líneas escritas por el pequeño atormentado describían el horrendo martirio que le había tocado vivir. Una semana antes, dos de sus compañeros; Vladi y Jancy, lo habían interceptado camino a su casa. Con golpes e insultos lo obligaron a caminar hacia la playa. Unos estudiantes de otros grados se sumaron al escarnio del sufrido Adderly. Al llegar a la arena, lo despojaron de su uniforme escolar para caricaturizarle el rostro con maquillaje. Le colgaron un cartón con un lema ofensivo en el cuello. Le tomaron más de veinte fotos que luego fueron difundidas en las redes sociales. Hartos de reír se esfumaron, entre la brisa marina y las brumas de la vergüenza. El pequeño se quedó allí, solo, abandonado, ahogado en sus lágrimas de sal.
Maldita la hora en la que no me di cuenta de las miradas fieras y de las sonrisas pusilánimes. En la clase, luego del triste episodio, todo seguía igual. Al menos para mí. Tan lejano estaba de ellos, de Adderly y de los demás. Mientras yo les hablaba de historia y de literatura, ellos movían hábilmente sus ojos para revisar sus móviles y enterarse del triste episodio en la playa. Mientras yo preparaba los exámenes y las prácticas, ellos operaban diestramente sus dedos para compartir en sus perfiles sociales la noticia: el despojo de la humanidad y la ridiculez de un pobre e indefenso niño.
Lo sé ahora, porque ya investigué. Me pesa en lo más hondo no haberme dado cuenta de los sucesos que ante mis ojos iban y venían, de un lado y del otro. El último día en el que vi a Adderly, me pareció sentir su despedida. Al dejar su carta al costado de mis libros escuché un susurro que sabía a grito. Bien era un pedido de auxilio, o bien su último aliento, o bien que ya estaba harto, o bien una mosca cercana, o bien no fue nada.
Salió y no lo volví a ver más.
Por las escaleras que bajaban al segundo piso fue decidido. A medida que avanzaba, sus pasos se hacían más seguros. Por sus rosadas mejillas goteaba el llanto tantas veces retenido:
los ganchos en su cabello
el colorete rojo en sus labios
los puñetes que lo ensangrentaron
el uniforme maltratado
el cartel que en su cuello cantaba “soy el rey de los maricas”
los cuadernos garabateados
la lonchera repartida entre manos enemigas
las metidas de mano
las salivas lanzadas contra su rostro abofeteado
las patadas en el estómago
los insultos homofóbicos
la foto en Facebook compartida doscientas veces.
Se acercó a sus victimarios henchido de valor. Frente a Vladi y a Jancy dijo sus últimas palabras. Tomó impulso y los tres volaron por el balcón. La muerte fue instantánea. La justicia lloró en la escena.

sábado, 3 de septiembre de 2016

KILL GIRL (Fragmento)

Me tocaste con tus dedos de miel
una caricia de enero
la luna prometida silbando
se hunde rodeando mis nuevos zapatos
aquí estás
presidiendo el ritual del amor
eres un sacerdote o un brujo
un poco de vino
un poco de fuego
y aparece tu centenaria daga
a mi religión se le acabaron los rosarios
a tus dientes llenos de sarro
a mis besos de colorete barato
a tu lengua cumbiambera
a mi collar de bodas y al ramo de flores sin mano y a la novia sin vestido de novia
a mí, a ti, a nadie
las legañas devoradoras de ojos
pestañas en su furia entre abrazos rotos
pantalones abajo.

No quiero, insisto
no quiero
una vez más.

Un silencio que se hace eterno en mi corazón
shhhhhhh
tu mirada clavada en la mía
como el cuchillo en la mantequilla.