lunes, 15 de octubre de 2012

ME QUIEREN CORTAR LAS ALAS


Quieren volverme la piedra pesada al costado de la puerta para mirar, en paz, la vida que se confabula allá afuera. Quieren que mi voz sea polilla y mi olor un “nunca más” detrás de la pared. Quieren hacer una fiesta en mis narices y dejarme con las ganas de bailar. Quieren que mi vida sea como la vida de la silla que nunca jamás en su vida de madera pudo ver el mar. Quieren encerrarme en la prisión fantasmal del grito y de la tragedia, verme arrastrar por debajo de las miradas de quien me posee para suplicar, para pedir perdón, para implorar misericordia, ¡Déjenme salir! Allá afuera esta mi mente, mi cerebro, todos mis órganos, mi cuerpo, y aquí, y aquí tan sólo soy polvo.
Me quieren torturar. Quieren dibujar sobre mi piel el castigo de una bestia impaciente por culpar. La bestia me acecha, controla mis sentidos. Cuenta cuantas veces he tomado del aire para refrescar mis pulmones y soplar. Cuenta cuantos pasos he de andar en lo angosto de mi celda para distraer mi absurda conciencia. Cuenta las monedas solitarias que reposan temerosas en mi bolsillo. Cuenta lo que existe, mide lo que es, y si no existe nada que contar, lo inventa, lo crea, me vuelve un hombre de mentiras. Bestia cana que dobla sus rodillas para quejarse de sus dolores y que advierte en su mente villana la elaboración de historias que laceran mi honestidad. Yo soy honesto, no digo mentiras, salvo un “Te amo”. Pero no digo mentiras, sólo las repito. Las repito porque no me queda de otra. Si digo la verdad, al menos esta verdad, la primera bestia, la segunda, la tercera., la número diez mil quinientos, y todas las bestias que respiran el aire de mi mundo, ¡Todas! Cogerían una piedra y apuntarían sus vistas a mi humanidad, y me arrojarían rocas inclementes que bañarían de sangre mi piel. Son bestias, pues.
Entonces no tenía por qué abrir la boca. Me quedaba callado y murmuraba una falacia, luego una oración, y me escapaba. Más ahora, las alas que de mi espalda brotan quieren cortar. Quieren cambiar su blanco nieve por el gris ceniza del olvido. Me quieren cortar las alas, me quieren dejar sin viento, me quieren… no, no me quieren, sólo quieren mis lágrimas, sólo quieren aburrirme. Sólo quieren mi infelicidad. Adiós entonces, paz.
Me quieren encadenar a mi cama doblemente peligrosa, a la silla del comedor. Me quieren amarrar con cadenas que dejaran marcas en mi cintura, en mi cuello, en mis muñecas y en mis tobillos ¿Qué quieren de mí? A menudo me pregunto, y hoy señalo que la respuesta no está ni en mi corazón, ni en el de ellos, la respuesta está, en algún lugar está. Tal vez está en mis alas, aquellas alas que me quieren cortar.
Es cierto que caí, cuál ángel, o acaso demonio, del cielo que se alumbra con las estrellas del norte, desde ahí llegué a sus pies, y a mis pies arrojaron migajas de pan que almorcé. Es cierto también que me recogieron y me socorrieron de la desgracia. Curaron mis heridas con sal. Me dieron de comer, me dieron de beber, limpiaron mis alas y me ofrecieron un lugar donde soñar. Es cierto, aun ahora que ya soy parte de ellos, que lloro por serlo y ruego ya no serlo, es cierto todo, y a la vez, nada. Porque nada fui, algo soy y pronto seré, nada, mañana volveré a ser nada. Ojalá que cuando despierte ahora que dormiré, sea mañana, para volver a ser nada, o tal vez un poco de arena residuo de mis blancos huesos y mis grises alas. Añoro mañana porque sé que entonces y sólo entonces, no habrán bestias que quieran mis alas cortar. Mi alma, mi espíritu, yo, Jorge, volaré sobre sus cuerpos amorfos con mi rastro invisible y viajaré a donde mi capricho me llevé, con las alas que ahora quieren cortar, con las alas que mañana serán alas de libertad.

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