Quieren volverme la piedra pesada
al costado de la puerta para mirar, en paz, la vida que se confabula allá
afuera. Quieren que mi voz sea polilla y mi olor un “nunca más” detrás de la
pared. Quieren hacer una fiesta en mis narices y dejarme con las ganas de
bailar. Quieren que mi vida sea como la vida de la silla que nunca jamás en su
vida de madera pudo ver el mar. Quieren encerrarme en la prisión fantasmal del
grito y de la tragedia, verme arrastrar por debajo de las miradas de quien me
posee para suplicar, para pedir perdón, para implorar misericordia, ¡Déjenme
salir! Allá afuera esta mi mente, mi cerebro, todos mis órganos, mi cuerpo, y
aquí, y aquí tan sólo soy polvo.
Me quieren torturar. Quieren
dibujar sobre mi piel el castigo de una bestia impaciente por culpar. La bestia
me acecha, controla mis sentidos. Cuenta cuantas veces he tomado del aire para
refrescar mis pulmones y soplar. Cuenta cuantos pasos he de andar en lo angosto
de mi celda para distraer mi absurda conciencia. Cuenta las monedas solitarias
que reposan temerosas en mi bolsillo. Cuenta lo que existe, mide lo que es, y
si no existe nada que contar, lo inventa, lo crea, me vuelve un hombre de
mentiras. Bestia cana que dobla sus rodillas para quejarse de sus dolores y que
advierte en su mente villana la elaboración de historias que laceran mi
honestidad. Yo soy honesto, no digo mentiras, salvo un “Te amo”. Pero no digo
mentiras, sólo las repito. Las repito porque no me queda de otra. Si digo la
verdad, al menos esta verdad, la primera bestia, la segunda, la tercera., la
número diez mil quinientos, y todas las bestias que respiran el aire de mi
mundo, ¡Todas! Cogerían una piedra y apuntarían sus vistas a mi humanidad, y me
arrojarían rocas inclementes que bañarían de sangre mi piel. Son bestias, pues.
Entonces no tenía por qué abrir
la boca. Me quedaba callado y murmuraba una falacia, luego una oración, y me
escapaba. Más ahora, las alas que de mi espalda brotan quieren cortar. Quieren
cambiar su blanco nieve por el gris ceniza del olvido. Me quieren cortar las
alas, me quieren dejar sin viento, me quieren… no, no me quieren, sólo quieren
mis lágrimas, sólo quieren aburrirme. Sólo quieren mi infelicidad. Adiós entonces,
paz.
Me quieren encadenar a mi cama
doblemente peligrosa, a la silla del comedor. Me quieren amarrar con cadenas
que dejaran marcas en mi cintura, en mi cuello, en mis muñecas y en mis
tobillos ¿Qué quieren de mí? A menudo me pregunto, y hoy señalo que la
respuesta no está ni en mi corazón, ni en el de ellos, la respuesta está, en
algún lugar está. Tal vez está en mis alas, aquellas alas que me quieren
cortar.
Es cierto que caí, cuál ángel, o
acaso demonio, del cielo que se alumbra con las estrellas del norte, desde ahí
llegué a sus pies, y a mis pies arrojaron migajas de pan que almorcé. Es cierto
también que me recogieron y me socorrieron de la desgracia. Curaron mis heridas
con sal. Me dieron de comer, me dieron de beber, limpiaron mis alas y me ofrecieron
un lugar donde soñar. Es cierto, aun ahora que ya soy parte de ellos, que lloro
por serlo y ruego ya no serlo, es cierto todo, y a la vez, nada. Porque nada
fui, algo soy y pronto seré, nada, mañana volveré a ser nada. Ojalá que cuando
despierte ahora que dormiré, sea mañana, para volver a ser nada, o tal vez un
poco de arena residuo de mis blancos huesos y mis grises alas. Añoro mañana
porque sé que entonces y sólo entonces, no habrán bestias que quieran mis alas
cortar. Mi alma, mi espíritu, yo, Jorge, volaré sobre sus cuerpos amorfos con
mi rastro invisible y viajaré a donde mi capricho me llevé, con las alas que
ahora quieren cortar, con las alas que mañana serán alas de libertad.
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