miércoles, 19 de diciembre de 2012

YO SOY AQUEL


Yo soy un grano de arena en medio del desierto inhabitable de mi piel, soy la roca marina que se deja bañar cada vez que el sol escapa del infierno para posarse detrás del mar de tus lágrimas. Yo soy aquel que le cambio de nombre al amor y lo llamo ilusión, yo soy el ayer, y seré también mañana. Soy luz y penumbra, a y z, yo soy aquel que al despertar pierde la visión y al desayunar se encuentra con ella. Yo soy aquel. Yo soy el otro, yo soy el que existe y el que vive en medio de la fantasía. Yo soy el que baña el lunes con su sudor, y refresca el sábado con el alcohol. Yo soy a veces el mismo alcohol que reposa en los estómagos calientes de la gente desinteresada del dinero. Yo soy, a veces también, el sudor y su sal que brota de la piel de gente interesada, que trabaja por dinero.
Yo soy un libro. El mismo libro que tienes abandonado en un rincón de tu estante y que nunca has leído; ese soy yo. Nunca me han leído, pues suelo ser aburrido, puras letras de imprenta y nada de “dibujitos”. Yo soy un lápiz. Un lápiz caprichoso cuya punta filuda se quiebra cuando menos lo esperas, en el momento en que empiezas tu examen, en el momento menos pensado, me quiebro. Coge el sacapuntas que dentro de mí hay más. Yo soy aquel sol mañanero que se cuela por la ventana,             que envía a sus rayos calientes a joderte la cara, primero cuando aún estás en tu cama, luego cuando ya estas soportando el aire de la calle. Soy poderoso, te quemo, te quemo, te dejo marcas en la piel, te relleno de calor, hago que tu piel arda y llore, hago que apestes, báñate de una vez, porquería.
Yo soy un plátano. De esos plátanos que han aplastado cientos de botas y que se halla destrozado en el suelo del mercado, embarrado, casi sin pulpa, asqueroso, ¿me comerías? Yo soy el mendigo pobre que viene deambulando en busca de alimento por muchos mercados, y que llega a pisar el plátano, y que lo come, y que dice que estuvo rico, y que luego continúa con la manzana podrida de la bolsa de basura que se desparrama cerca al poste de luz de aquel tercermundista mercado. Yo soy el mendigo y su plátano.
Yo soy el reloj. El tétrico reloj que reposa en una mansión vieja y tenebrosa. Una mansión a la que solo llegan fantasmas para confabular sus travesuras. Yo soy lo que está dentro del reloj. Y soy el tiempo. El temido tiempo. Aquel tiempo lejano o cercano que te obliga en el apuro y en el descanso. Que te despierta del sueño por la mañana para hacerte correr, porque se hace tarde. Aquel tiempo dual que cuando estás en el trabajo demora lo que demora un siglo, y cuando estás en tu casa, sobre tu cama, haciendo el amor, o acaso masturbándote, no demora casi nada, es más, pasa volando. Ese soy yo, el tiempo que se pasa volando por el cielo oscuro de tu estúpida vida.
Yo soy la enfermedad. Tal vez una gripe o acaso el mismo sida. Te hago daño. Soy el virus que te obliga a vomitar, a tener escalofríos, a gastar tu dinero visitando el hospital. Yo soy la sonrisa dibujada en la cara del doctor que empieza a recetarte pastillas tras pastillas, analgésicos tras analgésicos, inyecciones tras inyecciones… ¿crees que me interesa si te mueres?, no, pues no me interesa, a mi me pagan por atender vidas, no por salvarlas. Yo soy, luego, al ataúd que reposarás. Inerte estarás, llorando reprimidamente en el cofre de madera que mi figura de carpintero talló. Yo soy el cura parsimonioso que oficia tu última misa. Que lamenta tu muerte, y que piensa en el dinero que tus padres o tus hijos le darán a la luz de las nubes densas que llenan la bóveda del cementerio. Que descanses en paz, y no diré que yo soy la paz. No, no soy paz.
Yo soy aquel policía de pie que está en la esquina de la avenida. Que mira la escena de un asalto, que se hace el ciego, que deja que el malhechor maldito y criminal robe, viole y mate a una mujer, o tal vez a una niña, pero que aún con todo, prefiere permanecer inmóvil ante el atraco, pero parece animoso cuando impone papeletas y recibe la coima. A veces también soy el malhechor. Tremendo ser bestial que no se indigna de hurtar lo que no le pertenece, que tortura con su aparato sexual a las niñas indefensas de piel rosada, y no le importa matar, total, cuando llegue a anciano se arrepentirá y Dios lo perdonará. Yo soy la niña a la que ultrajó y mató. No tengo mayores comentarios sobre ella. Pobre.
Yo soy el presidente del país. Yo soy quien te gobierna. Yo soy quien te manda. Yo soy aquel que vive una vida de lujos, que anda en carros blindados, que come delicioso, que viste ropa de marca, que viaja por todo el mundo, que juega videojuegos en su casa de playa, que se acuesta con las mujeres más apetecibles, que escucha a Beethoven, que va a conciertos de música clásica en Italia, que va de compras a Paris, que tiene cuentas millonarias en los mejores bancos de Suiza, que juega golf en los Estados Unidos. Pero también soy aquel que aparece de la mano carismático con mi esposa y mis hijos a la puerta de la jefatura de gobierno, que lamenta la muerte de soldados en el frente de batalla, que viaja a la sierra a inaugurar obras de alcantarillado, que juega fútbol descalzo en un asentamiento humano de la periferia de la capital, que viaja a los países subdesarrollados a firmar tratados mineros, que baila huaynos y tonderos en las fiestas patronales a donde lo invitaron, que dice con orgulloso ahínco “Yo nací en un pueblo lejano y pobre, me hice desde abajo, y ahora estoy acá, comandando mi gloriosa nación”. Ese soy yo, el estúpido mentiroso al que le pagan todas las cabezas que habitan esa misma nación. Ese soy yo, el hombre más poderoso, el que lleva la banda roja y blanca al pecho, ahí donde está su corazón. Si es que tiene corazón, claro.
Yo soy aquel que escribe éstas líneas. Yo soy mis manos, las mismas manos de las que salió este discurso, yo soy los pies que anduvieron los tramos que me hicieron ver la realidad del mundo. Yo soy mi piel, arrugada y mancillada, tocada por miles de manos. Yo soy cada hebra de mi alborotado cabello, yo soy cada noche que sueño, cada suspiro que tomo, cada mirada que veo, cada palabra que digo, cada queja que soporto, cada lagrima que lloro, cada día que vivo, cada hoja que leo, cada sonrisa que te arranco mientras lees este, mi escrito. Yo soy aquel que le cambió de nombre al amor y lo llamó dolor. Yo soy aquel que vive por amor y que muere cada vez que siente dolor. Yo soy la soledad que vive entre el amor y el dolor. Yo soy el padre que me dejó, la madre que me rechazó, la penumbra que llovió, el mar que se salió. Yo soy el profesor que me regañó, el amigo que me insultó, el carro que se estrelló, la semilla que se pudrió. Yo soy lo que fui y seré lo que soy. Yo fui. Yo soy. Yo seré Jorge Pérez.

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