sábado, 2 de marzo de 2013

BREVE ENSAYO DE LA MUERTE

Es un hecho, es un hecho que todos los caminos de mi vida me conducen a la muerte. Al abismo más oscuro y al cielo más azul. Sé que aquel día está cada vez más cerca. Me lo dice mi madre, lo murmura mi padre, el mundo entero se mofa de saber que se aproxima la fecha en la que estaré dormido oliendo a formol, atrapado con mis lágrimas en un cofre de madera. Lo sé, sé que ese día se aproxima pero aquí estoy, de pie mirando mi destino, con lujuria, con cólera, con locura y con resignación. Esta fue la miserable vida que me tocó soportar, diré cuando todo se haya consumado, y cuando de todo me haya librado, que nadie me quiso jamás, que nadie limpió mi boca después de comer, que nadie secó mis lágrimas después de llorar. Que nadie nunca me enseñó a amar. Advertiré que llegaron a convivir conmigo veinte bestias que a lo largo del camino fui dejando en soledad. Porque esa era la soledad que me llamaba, y a la que yo obedecía. Algún día la amé, es más, aun creo amarla, porque fue el único amor de esta putrefacta y sombría vida. Y fue la única mano franca que me llevó a conocer los placeres de este soterrado mundo en el que deambuló mi alma peregrina. 
También advertiré que muchas veces se acercó el amor, vuelto rosa, y vuelto puñal. Y gracias al ingenuo capricho del bebé armado de saetas, tuve que padecer los cariños foráneos de las manos que me desearon, y de las manos a las que desee. No. No me arrepiento, y sé que no habrá redención. Ni ahora que escribo estas líneas, ni mañana cuando la comparsa de viudas lastimeras y tristes enternados anden el tramo que lleva al cementerio del lugar donde no nací, llevando consigo mi cadáver. Tal vez entonces solo este dormido, esperando volver a ver el sol.
¿Será libre mi alma? Si la muerte fuera de fuego y mi corazón de papel. todas las noches ardiera. Porque quiera o no quiera, anhelo el óbito de mi existencia. Anhelo la claustrofobia que sentiré mientras me ahogo en una caja. Olvidado, como siempre. Y es una promesa, que al verme prisionero de los rezos que claman mi salvación, rasguñaré las paredes de mi nuevo hogar, y se lastimaran mis dedos, mis manos, mi cuerpo. El ataúd que sella mi paso en la tierra quedará ensangrentado, porque tampoco es salvo, no de mí, no de mi furia. Luego aumentará mi desesperación y rasguñaré mi piel hasta quedarme sin ella, hasta verme carne, hasta verme morir, al menos por ese momento, morir.
Sé que mientras tanto, en mi casa, y en la casa de los otros, la risa será el bálsamo de la felicidad, y la fiesta, el baile, la algarabía y acaso el pseudo llanto los pilares en los que mis tristes deudos se refugiarán.
Muerte ven a mí. Yo aquí te espero.

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