Creo en un dios
y en los inviernos en los que solo me he cubierto con toallas,
en el meo vespertino
de los ambulantes que deberían ser mandados a la guerra
a veces una gaseosa es todo y el vaso descartable es nada
pero sigo aquí
buscando las respuestas
al pie del alicate
rodeado de párvulos poetas
y de flores negras
que lloran y se quejan.
Creo en el valle de lágrimas
y en la fortaleza de las golondrinas que huyen de mis estornudos
en el síndrome de una bandada de fetos alterados a la hora del recreo
dientes que se convierten en cuchillos y cuchillos en espadas
y en los gérmenes que dejamos en las sábanas
en las glorias posteriores
que me nacen con la muerte,
creo en la tanta esperanza
de los que guardamos sombreros en la frente.
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