domingo, 1 de mayo de 2016

ROSAS PARA ALICIA

La vi marchar. Iba corriendo bajo la lluvia, huyendo del monstruo en el que me había convertido. Sus cabellos alborotados gritaban mientras el viento de la noche anunciaba el fin de una batalla perdida. La sombra de un amor fantasma escondido en el teclado de mi ordenador me obligaba a enunciar su nombre: Alicia, ¡Alicia! más y más fuerte. Su figura, entre penumbras, se perdía en las calles alumbradas por la luna; no volvió sus ojos hacía mí nunca más. La triste mirada de mi adiós me abrazó para no verme llorar. 

De nada sirven los arrepentimientos vanos lanzados a la tiniebla citadina. Este aciago día, apenas un par de horas atrás, había comprado en el mercado las rosas más hermosas y les había susurrado el amor infinito que sentía por ella: "Hoy ustedes adornarán sus rizos rebeldes, mañana las veré colgadas en su pecho abierto a la luz del sol". Pero nunca hubo mañana. Nunca. Luego de charlar con las rosas apareció cadenciosa para anunciarme que se mudaría del país de la mano de otro amante impuesto por su miserable familia. Olvidó entonces que por más lejos que vaya, en su maleta iría también mi corazón.


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