lunes, 11 de abril de 2011

TANTO NADAR PARA MORIR AHOGADO EN LA ORILLA

Hoy apagué mi celular con el temor de tu llamada. Después de la terrible luna que me alumbró la noche de ayer, cualquier cosa podría pasar. En realidad, tengo la esperanza de verte vencida. Me quedé pensando: "¿soy realmente como me imaginabas?". O será que esta capa de piel de tela me abandonó esta tarde, para dejarme desnudo, a tu merced.
Entonces hiciste conmigo lo que quisiste. Ingresaste a mi guarida con mentiras. Yo creyéndome un repartidor de música, de emociones. Aquí, en el lugar donde felizmente logro conectar mis habilidades, y deshacerme de esa imagen de desequilibrado, torpe, inútil, y volverme un ser humano normal, no un down inservible que solo sabe pensar, que no sabe siquiera actuar. Estaba cumpliendo con mi responsabilidad que a cambio recibe el salario inmisericorde del dinero, tal vez santo, tal vez maldito, en lo alto del edificio, en lo invisible de la ciudad. Tan cerca al cielo, tan próximo al infierno. Te acercaste. Saliste de tu oficina buscando deseo, o sentirte deseada, y subiste hacia la mía.
Nunca pensé tratar tan mal a una persona, el maltratado siempre fui yo, pero empezaste a hablar y hablar.. y a seguir hablando. Que si las elecciones, que si el cielo está azul, que si te caíste de la cama, que si soñaste conmigo, que otra vez las elecciones, que si soy un racista... en fin.
Yo quedé desconcertado contigo, y con las mujeres y hombres que no tienen en sus frentes pegados los cartelillos de dignidad. ¿Dónde estaba la tuya? ¿Dónde estaba tu dignidad? ¿Por qué insistes en convertirte en una boa resbalosa que se arrastra por el piso a mi antojo? No lo entiendo.
Inventaste un cuento de amor donde el protagonista (yo) tenía la piel bañada en chocolate, y tú querías castigar tu lengua comiéndote todo ese chocolate. Imaginaste, (me imaginaste) vestido de azul (¿yo de azul?) con una capa, como superman. El cuento estaba escrito, para tu malestar, con otra tinta, y tú no eras la princesa a la que este caballero pesimista rescataría, eras la maligna bruja, el diabólico ogro, el hambriento dragón, eras error, puro error. Pero aún no lo entendías.
Tu necedad me obligó a escucharte y cada vez que decías algo desde tus labios rechazados por muchas bocas, me convencía que estábamos nadando en vano, ¿hacía donde podríamos llegar? Pero a pesar de mis reflexiones, llegamos.
Te acercaste con rebeldía y con lujuria. Me abrazaste. Me besaste, y las esposas de la carne me ataron las manos. Tal vez hubiera dicho que no quería, pero era inútil. Subimos a la terraza, estábamos cada vez más cerca del cielo, solo él nos admiraba, callado, cómplice. Hicimos crecer el amor. Creció y creció. Fue el fuego, quizás, el que en contados segundos derritió el hielo de mi indiferencia. Entonces nos convertimos en dos fieras salvajes hambrientas de sudor, tus caricias, mis besos, mi mirada fija en tus ojos, tu mirada perdida entre el blanco espacio del vacío, esperábamos que el mundo se acabara, esperábamos un apocalipsis a nuestro alrededor, esperábamos que llovieran antorchas de ambos lados de la alcoba improvisada, al pie de la lavandería. Esperábamos y esperamos por las puras. A pesar que mi cuerpo de otoño quería ser primavera a tu lado, a pesar que mis manos sacras querían ser palmas del averno junto a ti, junto a ti pecar. A pesar que te quería amar, todo fue en vano.

Esperaste mucho para esto ¿verdad? Ahora sé que te decepcioné. Ahora sé que me dirás "Jorge, eres... eres, ¿eres?". Yo quedé casi muerto, o no, quedé muerto en aquel piso de cemento frío, petrificado, como estatua, mientras tú te movías como culebra. Me pregunté si realmente había valido la pena tu miserable esfuerzo por verme a tu vera, o si había valido la pena mi malestar tan renuente frente a ti. Me pregunté si tu decepción te haría llorar, pues a esta estatua no era oro lo que la cubría. Era semen.
En vano fueron, entonces, tus reiteradas muestras de afecto, tus pretensiones. De nada valieron tus sonrisas, tus diálogos fraternos, los momentos que velaron la existencia de "algo más". De nada valieron esos discos que me regalaste, ese paquete de galletas, aquel cigarrillo, aquellas fotografías. No hacían nada más que culparnos del amor que se convirtió en deseo y luego murió. Ya nada quedaba. Nadie me salvó de afrontar finalmente la realidad y revelar este secreto que aún no logras entender. 
Te levantaste del suelo después de tanto gemir como perra en celo y me miraste con el rostro más voraz que jamás había visto. Me empezaste a patear. Estábamos desnudos. Te pedí que te calmaras, que no era mi bronca, tú lo quisiste así, tú quisiste comer esta fruta ácida convertida en hombre, sin advertir qué veneno se ocultaba entre su pulpa.
Saliste corriendo por las escaleras. Ibas aún desnuda, furiosa, decidida a alejarte de mí (pensé que era lo correcto), y mientras yo me vestía, te oí gritar. Gritaste porque caíste, presa del rencor. Tu cuerpo blanco y atractivo rodó por las escaleras, y fuiste a dar al abismo de la vergüenza. Tocaste fondo.
No lo dudé. Aún después de escucharte maldecir mi vida una y otra vez, te quise ayudar. Bajé corriendo, casi al mismo ritmo tuyo, y te vi en el suelo. Insisto, estabas desnuda. Yo ya no. Me pareció muy curioso el hermoso tatuaje en forma de espiral que traías sobre uno de tus pezones. En fin. Te recogí y advertí que la tarde había lanzado su último aliento. La gente estaba por venir, por vernos. Me apuré y llamé a un taxi. No a una ambulancia.
Aún con la mente avergonzada intenté una idea justificadora. Mientras miraba al chofer del auto, pude ver que tus cariñosos esfuerzos por hacerme sentir tu enojo y tu ira habían dejado una marca en mi rostro, tal vez tus uñas, tal vez tu amor enfermizo, y hoy rechazado. "Lléveme al hospital más cercano, por favor". Y ahí fuimos, por última vez (espero). Juntos, sudados, calientes. Finalmente te abandoné, harto de tu amor, de tu cara, de tu sonrisa cínica, de tu presencia, de tu recuerdo, harto de mi miedo, y de mi pusilánime vida. Adiós ave, adiós hasta mañana, adiós al menos por hoy. Estoy seguro que mañana será otro día, uno en el que me mirarás con otros ojos, con los ojos del odio, con los ojos del dolor. Tus ojos verdaderos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario