lunes, 2 de mayo de 2011

LA ÚNICA VERDAD

Mamá, ¿dónde estás? Te necesito... no me dejes solo. Por favor, por favor, ayúdame. Soy tu hijo, mamá. Te prometo que pronto he de mejorar. Te necesito más que aquel día de enero cuando me caí de la silla. Te necesito ahora que mi faz se ha vuelto hoguera. Ahora que mi rostro ya no refleja juventud. Ahora que asoman las quimeras de la senectud y de la perdición. Te necesito y te necesitaré hasta el día en el que mi alma deje de ser el aire de un cigarrillo para convertirse en ceniza negra, ciega, huérfana, en medio del cementerio. No me dejes ahora, por favor.
Papá, ¿por qué me abandonaste? Explícame por qué no esperaste a ver mi rostro primero, y luego decidir si te pertenecía o si no. ¿Cuándo vendrás? ¿ahora? Acaso cuando sientas que la muerte te agobia y no tengas más necesidad que el perdón para morir en paz.
Hermanos. Hermanos míos y hermanos de los demás, me salen lágrimas de ceguera. Lamento no haberlos visto nunca. Lamento no idealizarlos, como fantasmas. Los he sentido en mis sueños, nada más. Peor fantasía la que me llevó entre mis bolsillos.
Catalina, Spencer. Ahora ¿dónde están? Tan lejos de mi vista, tan lejos de mi oscuridad, tan lejos de mi amor. El ocaso no me los volverá a traer. Ni Dios se apiadará de mí, ahora que los necesito.
Mininos, que tantas veces han sido el gemido de mi piel derramada, que tantas veces fueron mi voz quebrada a la hora del almuerzo. Mis momentos de alegría, mis momentos llenos de vida. Todo se ha ido detrás de sus sombras. Vengan ahora, vengan una vez más, vengan que hoy, en verdad, solo no quiero estar más.

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