lunes, 13 de junio de 2011

EL MONJE Y EL CABALLERO

Esta es una re-interpretación de la i-rrealidad.

Fantasía que habitaba, callada, entre cientos de neuronas de la mente de un huraño cantante, Luizar, un ermitaño trovador de apariencia misteriosa y de soledades pasionarias, de un verbo vuelto fantasma de la noche, tímida penumbra que alumbraba todos los días de su rutina, consejero fiel del muchacho, confidente ideal de su tragedia. Era su talento verse prisionero del silencio, de la sencillez, del rítmico sonido de la quietud que con parsimonia lo nombró hijo, padre y hermano. Vivía en un castillo de rocas saladas y tan cerca, las olas del mismo mar donde se bañaba cuidadosamente cada mañana. No había nada más; solo él, su castillo y el mar.
Una de esas mañanas de flores redondas olorosas en su sudor, la burbuja de arena en la que vivía se vio agujereada por un ave de pieles blancas, de voz aguda, detalles en sus alas de mensajera, un ave única de sublime candor. Llevaba en su pico un papel rosado, y sobre él, algunas líneas del texto que le cambiaría la vida. La nota era una invitación de amistad de un foráneo caballero que andaba recorriendo sobre su caballo las tierras bañadas de mar. Este se enteró que en aquella isla solitaria vivía un monje, que de seguro, no se negaría a ser contagiado con un poco de entusiasmo, de felicidad, de amor.
Luizar leyó el mensaje y se llenó de ilusión. Un amigo lo visitaría desde el otro lado del mundo. Un amigo que no le era indiferente (aunque eran ambos diferentes). Mientras él estaba ahí, en los salones, en las playas, llorando, durmiendo, viendo pasar su vida como pasan los barcos en el horizonte; el otro era un caminante inagotable que andaba sobre su gloria, que rebozaba de orgullo por sentirse ganador, por sentirse exitoso, iba dejando un rastro galopante entre cruentas guerras y entre sus temores vencidos. Eran, pues, las dos caras de una misma moneda, uno feliz y el otro infeliz, uno vivo y el otro... muerto.
Con casualidad escondida que quería volverse (otra vez) ilusión, Luizar aceptó la misiva -y aun más- la respondió. Sus palabras parecían darse cuenta que de nada servirían, que tal vez ese mensaje nunca llegaría, que tal vez el ave blanca en el camino moriría, que tal vez el caballero por él no se interesaría.
Se equivocó. Al cabo de una semana recibió la correspondencia. Su preocupación, ahora, fue la esperanza "¿Será esto que me pasa, realidad?" y la incertidumbre "¿Me habré vuelto loco?". Él, consciente del gran defecto que ocultaba bajo su vestido, trató de no continuar alimentando ese lazo de cordialidad y olvidar aquello para siempre.
Mas, a su pesar, no pudo.
Así fueron pasando las semanas gélidas de invierno y cada vez que cualquiera de los dos quería decirse algo, el ave volaba veloz por los cielos con las voces en su pico, con los sentimientos en el corazón. Feliz era y alegre estaba por ser testigo del mejor tributo a la fantasía del amor.
Sus charlas parecían interminables encuentros de dos almas compuestas por el mismo aire, inacabables diálogos del mundo que sobre ellos no les era común, a través del papel y la tinta, solo habían dos animales que ansiaban la respuesta del otro para continuar hablando, que la luz, que la música, que el alimento, lo que fuese, lo que se pudiese, y así sin pensarlo los meses se volvieron años y el caballero, como el mismo tiempo ya lo esperaba, quiso sentir aún más cerca a su incondicional amigo; dejar de idealizar su rostro, su boca, sus ojos, sus manos, su cuerpo, y claro, sus cabellos. "¿Mis cabellos?".
Pero su esfuerzo fue en vano. Luizar, al recibir la carta con la noticia del arribo de su amigo, decidió no responder más. Se enclaustró en su castillo para no salir nunca. Se ocultó de la luz del sol, de la brisa que despojaba el mar. Optó por no verse colmado de nada más que oscuridad.
Más temprano que tarde, el ave -ya solitaria como la isla- presenció la llegada del indomable caballero quien, a pesar del silencio de su amigo, fue en su búsqueda. Llegó y conoció las espumas del mar y los jardines de flores multicolores de las que tanto le hablaba. Conoció el castillo de piedra del que tanto le había comentado. Conoció todo, pero no lo conoció a él.
Aún sin haber recorrido toda la isla y preso de su curiosidad, fue al portón del castillo, donde gritó y gritó el nombre de su esquivo amigo. Al no darse resuelto, trepó la puerta, rompió un muro, cruzó la ventana, quería llegar al cielo, y llegó a la habitación donde moría en vida el triste monje. Llorando estaba. El caballero se acercó, y el otro le advirtió: "no te acerques, lamento no haberte dicho antes, lo siento...".
Dichas estas lastimeras frases, Luizar se levanto del suelo, se quitó la cogulla, descubrió su cabeza, y su cabeza era calva. "Lo siento", dijo mostrando su denigrante defecto, su vergüenza. Aún llorando, aún nervioso, aún con el miedo que lo despojaba de sus dulces palabras y que lo convertía en lo que creía que era, un monje lleno de horror por no verse estético, por verse sin cabello, por no verse reflejado en el otro, por no verse en la luz, y aún sentirse en la oscuridad.
El caballero le respondió: "¿Tú crees que he gastado tantas veces la tinta de mi pluma para verte así, derrotado? ¿Tú crees que he cruzado tantas veces las orillas de la tierra para verte así, derrotado?".
Luego volteó, seguro. Lo volvió a mirar, miró el espacio de sombras que apenas dibujaba su figura y con el mismo ímpetu con el que llegó, tomó su filosa espada y se cortó los bucles que adornaban su cabeza. Su larga cabellera se vio convertida en trozos de humildad que caían sobre las hombreras plateadas de su armadura. "Mírame ahora, y dime si aún tienes vergüenza".
El tiempo que había esperado este momento, se detuvo de pronto en aquella habitación; en el abrazo más franco, en la caricia mas tierna, en el beso más puro.


2 comentarios:

  1. hoy encuentro en esta copiosa historia un fondo lleno de ilusiones y desilusiones, de esperanzas y frustraciones, pero sobre todo un "vinculo", que no quisiera enmarcarlo sobre algo, sencillamente, poder bifurcar algunos aspectos que en sí, querido escritor las pinceladas nos muestran dicotomicos, pero oh! ávido pincel el tuyo que logras que aquello dicotomico se vuelva amasijo.

    me gusta tu mensaje: hablando a la conciencia de cada uno y llevando todo ello a un alto grado
    de estimación entre una conjunción de aquellas personas,a pesar de sus investiduras, buscan y tratan de crecer en lo común, en lo particular y a la vez plural... es cierto que aveces lo icho puede ser diferente al hecho..pero al final, es uno, como hombre o mujer, que quiere lo mejor para sí, pero por sobretodo querer el amor para él...

    ResponderEliminar
  2. me dices que encuentras ilusiones, tal vez las q se desencantan en el nudo, pero que ya luego se vuelven realidades maravillosas que al final, nos llevan a una conclusiòn, talvez el verdadero amor, aquel que no reniega de la piel, ni del cabello, si exista, y las barreras absurdas se dejan caer para dejarlo brillar a plenitud. Y si, esta es una idea muy comun, eso es lo que trato de escribir, no solo mis ideas, sino ideas mas plurales.

    ResponderEliminar